Sunday, January 01, 2006

El Villazo, una épica colectiva


EL VILLAZO, UNA EPICA COLECTIVA
Cielo del 74, con el arriba nervioso y el abajo que se mueve

Fernando Cesaretti y Florencia Pagni


El 16 de marzo de 1974, doce mil personas celebraron en la plaza San Martín de Villa Constitución algo más que una mera victoria gremial, social y política. Tras varios días de plantas tomadas –Acindar, la acería privada más grande del país; Metcon, dedicada a la fabricación de piezas de fundición automotriz; y la laminadora Marathon–, la metalúrgica Lista Marrón consiguió la posibilidad cierta de que se garantizara el respeto a los delegados elegidos en las fábricas y el pronto llamado a elecciones gremiales libres para normalizar la seccional de la UOM. Consecuentemente, casi como lógico corolario de ese proceso, el 25 de noviembre de ese año la Lista Marrón, encabezada por Alberto Piccinini, ganó los comicios por casi el 70% de los votos.
En realidad este proceso había empezado mucho tiempo antes. Marzo de 1974 había sido simplemente su punto de aceleración.
Hacia 1970, tres corrientes sindicales emergieron en vestuarios y pasillos de las empresas siderometalúrgicas de la zona. Fueron el Grupo de Obreros Combativos del Acero, el Movimiento de Recuperación Sindical y la Lista "7 de Setiembre". Los dos primeros funcionaban en la semiclandestinidad. Precaución atendible dado el destino de una agrupación anterior, el Grupo de Obreros de Acindar (GODA), cuyos integrantes se encontraron con un telegrama de cesantía antes de poder participar en los comicios internos celebrados a principios de ese año 70. La unión de las tres corrientes, junto a los sobrevivientes del GODA, determinó el origen de la llamada Lista Marrón.
En 1973, las elecciones de delegados determinaron el triunfo de los candidatos de estos sectores combativos y el rechazo a los apañados por la vieja burocracia sindical. No obstante, las comisiones internas electas no fueron reconocidas por las patronales. En Marathón [1] se llegó a despedir a los nuevos delegados por no ser afectos a la UOM nacional. Se agudizaba una confrontación que comenzaría a resolverse a favor del campo popular, tal como expresáramos, en Marzo de 1974.
Pero hay un largo antes, antes de ese antes, valga el juego de palabras. El historiador Eric Hobsbawm[2] sostiene que los aspectos sociales y políticos de la existencia del hombre no se pueden separar de los demás aspectos de su existencia. No se puede entender el proceso culminante en 1974 y 1975 solamente por su entramado político y gremial. El contexto determinada a los actores individuales devenidos actores sociales.
Nacida en 1857 del “lado malo” del arroyo del Medio, como puesto de avanzada frente a la secesionada provincia porteña, Villa Constitución fue la hija casi putativa de una decisión geopolítica de la Confederación Argentina. Tras la farsa bélica de Pavón había tenido el manso discurrir común a las poblaciones de la pampa gringa, hasta que el agotamiento del Modelo Agro Exportador y el comienzo del Proceso de Sustitución de Importaciones, terminó con su tranquilidad pueblerina. Miles de hijos y nietos de la inmigración cambiaron el arado por el torno o la fresadora, deviniendo de chacareros arrendatarios en obreros industriales[3]. Junto a ellos llegaron los migrantes internos de la Argentina mestiza. La instalación de Acindar provocó una revolución demográfica y un caos en la traza de un pueblo agrario y de servicios[4], trasmutado a ciudad industrial. Villa Constitución nunca tuvo un Plan Directriz Urbanístico, fue creciendo anárquica y dispersa, sin cloacas, ni agua corriente, sin transporte público. La lógica de su crecimiento fue la de las máximas ganancias para las empresas loteadoras que aprovechaban la afluencia de nuevos trabajadores para venderles el terrenito de cualquier modo.
A la falta de racionalidad y planificación se le suma la corrupción administrativa. A mediados de los 60, un plan de pavimentación integral demostró en su irracionalidad y costo exorbitante para el bolsillo de las familias supuestamente beneficiadas con el asfalto, la convivencia del poder político municipal con la empresa encargada de llevar adelante el plan. Frente a tanto atropello, el movimiento vecinalista, de larga tradición en la provincia, adquirió en la ciudad singular protagonismo. Cientos de trabajadores militaron entonces conjuntamente en la fábrica y en el barrio, hasta que los diferentes roles se integraban un una comunión inseparable
Por eso no debe extrañar que en el momento del triunfo en Noviembre de 1974, la CGT de Villa Constitución bajo el liderazgo de la Marrón, impulsara una federación de vecinales para ocuparse de los problemas urbanos, con la participación de todos y cada uno de los 34 barrios de la ciudad.
La solución de esas aparentes meras cuestiones municipales formaban parte de un todo que hacía a la mejora de la calidad de vida y a la dignidad de los sectores subalternos, parte fundamental de la lucha emprendida.
Noviembre de 1974 demostró el punto máximo de conciencia política de los trabajadores del sur santafesino. A Villa Constitución llegaban metalúrgicos de todas las seccionales de la República. Elaboraron un proyecto para modificar el convenio metalúrgico y propuestas de avanzada para las paritarias que debían celebrarse el próximo mes de Abril. El compromiso y la militancia se extendían por las plantas de ese enclave de monocultivo metalmecánico. El padrón de afiliados de la UOM se duplicó.
Sin embargo la primavera de esperanzas desatada ese verano estaba amenazada por negros nubarrones. La democracia sindical duró solamente cuatro meses.
Villa Constitución era un mal ejemplo para los sectores dominantes del país. Ese abajo que se movía ponía nervioso al arriba. Ya en 1973, integrantes de la división policial de la guardia rural, Los Pumas, estaban en la ciudad. Alejandro Lanusse, último dictador de la autodenominada “Revolución Argentina” había definido al cordón industrial que iba de San Nicolás hasta Puerto General San Martín como "el cinturón rojo del Paraná". A principios de 1975 a medida que se acercaba el momento de celebrar las paritarias oportunamente convocadas, crecía la inquietud. Directivos de Acindar y emisarios del Gobierno Nacional mantenían reuniones reservadas.
Y finalmente, como dice el tango, “la horrible amenaza se cumplió cobarde y cruel”. En la madrugada del 20 de marzo de 1975 una columna de un kilómetro y medio de automóviles y camiones, literalmente invadió Villa Constitución. Eran la avanzada de un ejército de ocupación de más de 4.000 efectivos que incluía en tétrico y heterogéneo calidoscopio a policías provinciales y federales, prefectos y gendarmes, guardia rural y hombres de la triple A, que hicieron del albergue de solteros de Acindar el primer centro clandestino de detención del país. Ese nefasto día de Marzo hubo 300 detenciones. En los siguientes, la represión dejó al menos el saldo de seis muertos. Martínez de Hoz, presidente de Acindar, mandó pagar por caja chica de la empresa, cien dólares a cada uno de los represores.
El Gobierno Nacional, dominado por José López Rega, en lo más alto entonces de su rasputinesca influencia sobre la presidenta constitucional, justificó lo injustificable. Para el ministro del Interior, se trató de un operativo para desarticular al "complot rojo contra la industria pesada del país". En sintonía con el discurso oficial, para el líder de la oposición, el radical Ricardo Balbín, "los sucesos de Villa Constitución fueron necesarios para erradicar la subversión industrial".
A la misma hora que en Buenos Aires se propalaban estos infundios, los obreros de Villa Constitución paralizaban las actividades en la ciudad en una huelga que duraría dos meses. El comité de huelga formado esa noche para reemplazar a las direcciones presas, en su primer comunicado afirmó con lógica incontrastable que el verdadero objetivo de la represión no era otro que “descabezar al movimiento por el delito de conseguir conquistas para los trabajadores”.
Fueron dos meses de resistencia heroica de toda una comunidad. Los huelguistas y sus familias no estuvieron solos. La solidaridad fue expresada también por sectores, que por no tener relación de dependencia con las grandes fábricas, no eran técnicamente parte de la lucha. Pero sin embargo acompañaron y se sumaron a la misma: pequeños productores hortícolas entregando víveres, comerciantes minoristas “aguantado” deudas, etc.
Finalmente, el 19 de Mayo de 1975 ante la amenaza real de que las patronales despidieran a todos los huelguistas sin indemnización[5] y el compromiso de que no habría represalias, los obreros retornaron a sus puestos de trabajo.
En eso momento, en las cárceles de Rosario, de Coronda, de Rawson, centenares de dirigentes y militantes obreros de Villa Constitución, al mismo tiempo que veían desmoronarse un hermoso sueño, aguardaban su futuro con justificada incertidumbre. Sin proceso judicial, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, algunos de ellos pasarían muchos años recorriendo los calabozos del país, sometidos a un régimen severo, donde la tortura física y moral[6] era el pan cotidiano, simplemente por ser, tal como los definieron sus compañeros del Comité de Huelga la noche de su detención, “culpables del delito de conseguir conquistas para los trabajadores.”
Ese delito, tres décadas después es asumido como propio por toda una comunidad, constituyendo en el imaginario colectivo de la misma, una épica a trasmitir a las nuevas generaciones. En nuestro tiempo, en que nuevas y viejas esperanzas se unen transversalmente más allá de los aparatos partidarios, el Villazo adquiere día a día nuevas significaciones. Es un hito que nos recuerda que alguna vez hubo un abajo que se movía, y que puede –y debe- volver a moverse, más allá de los nervios del arriba.

Fernando Cesaretti y Florencia Pagni
Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario
grupo_efefe@yahoo.com.ar








[1] Marathon, al igual que Acindar, era mayoritariamente propiedad de la familia Acevedo y la US Steel Company. El directorio de Acindar lo presidía el yerno de Acevedo, José Alfredo Martínez de Hoz, futuro todopoderoso Ministro de Economía de la Dictadura Militar.
[2] HOBSBAWM, E.J., De la Historia Social a la Historia de la Sociedad, Oxford, 1974.
[3] Ejemplo de este cambio de la chacra por la fábrica, es la figura de Alberto Piccinini, nacido en la zona rural de Alcorta.
[4] Era cabecera del Departamento Constitución y punto terminal del ramal ferroviario que se extendía hacia el poniente hasta Venado Tuerto y La Carlota.
[5] La Ley de Contrato de Trabajo, permitía que si tras de 60 días de paro, los obreros no acataban la conciliación obligatoria, se los podía despedir con justa causa, esto es, sin derecho a indemnización alguna.
[6] Un viejo militante de “la Marrón”, René Spinelli, narró en un programa de radio, Misceláneas, emitido el 27 de Marzo de 2004 por FM 91.5 en Arroyo Seco - su ciudad de residencia- la angustia que les producía a los detenidos en Coronda, la actitud de las autoridades del penal que sin razón aparente, por sádico capricho, les impedían ver a los familiares que con innumerables sacrificios habían viajado para visitarles. “-Eso dolía mucho más que los golpes de los carceleros”, recordó Spinelli con los ojos llenos de lágrimas.