viernes, octubre 01, 2010

La ciudad de Rosario y la construcción del mito de su fecha fundacional

Crónica y antecedentes de los festejos del supuesto bicentenario en octubre de 1925. Una mirada sobre los mismos entendidos como eficaz operación de autolegitimación de la ascendente burguesía rosarina.
por Fernando Cesaretti y Florencia Pagni El presidente Marcelo T. de Alvear encabezó durante cuatro días la celebración rosarina


"La Historia Oral sirve no solo para que la gente recuerde, sino también para que piense porque sigue repitiendo cosas"
Laura Benadiba, historiadora especializada en metodología de Historia Oral.

Piedras fundamentales a diestra y siniestra
“El dos de octubre entraba al puerto una flotilla de guerra compuesta por los buques Almirante Brown, Jujuy, Paraná y La Plata. Alvear llegó al (día) siguiente, en tren escoltado por aeroplanos; y acto seguido comenzaron las ceremonias. Te Deum, banquete, representación en La Opera del poema “Raquel”, fuegos de artificio en diversos barrios, colocación de piedras fundamentales para una gran estación ferroviaria y el edificio del correo y el stadium municipal y la Sociedad protectora de la mujer y la Clínica del trabajo y la colonia de vacaciones de Carcarañá y el monumento a Rivadavia y el museo de ciencias y artes y una nueva sala en el hospital Rosario…E
l presidente de la república, sofocado, resistíase a colocar tanta piedra. Mostrósele el camarín de la Virgen, joyita arquitectónica, complemento final de otras reformas llevadas a cabo en la iglesia matriz por el piadoso celo de monseñor Nicolás Grenón durante larguísimos años de curato; los residentes franceses donaron al municipio una artística escultura; los españoles y los belgas, sendas fuentes; el
Jockey Club, la Diana del rosedal; los ferroviarios, honraron con una placa la memoria de Stephenson, inventor de las locomotoras; hubo acto inaugural de la nueva casa del colegio San José, y bailes en el Jockey, y el Club Uruguayo, y el Italiano, y el Español; y carreras en el hipódromo, y torneos de ajedrez, ciclismo, foot-ball, regatas, tennis, atletismo y boxeo; y gran desfile de rodados, y concentración de aeronaves, y actos públicos y conciertos en la biblioteca del Consejo de mujeres y en dos escuelas normales y en el Colegio nacional y en El Círculo y en la Biblioteca Argentina, donde recibieron su diploma los nuevos ingenieros; y magno desfile escolar, y reparto de víveres, ropas y medallas; y jura de la bandera, colocación de varias placas recordatorias, revista naval con bronco retumbar de artillería, y luminarias tendidas en forma de inmenso pabellón patrio, y gran procesión cívica, cerrando los festejos, que duraron diez días. No se si olvido algo. ¡Y todo esto, conmemorando una fundación imaginaria! Rosario festejaba en realidad su vigoroso desarrollo, su bien logrado presente.
Con esta clave irónica que dimana de las páginas de su ya canónica Historia de Rosario, Juan Álvarez nos ayuda a entender el aquelarre orgiástico de Octubre de 1925, con el Presidente de la Nación poniendo piedras fundamentales a diestra y siniestra, conmemorando el presunto segundo centenario de la urbe. Hecho tan estrafalariamente imaginario como imaginario era el presunto fundador, Francisco Godoy, a quién la nomenclatura urbana premió dándole el nombre de su dudosa existencia a una avenida de acceso. Para convertirse en la versión oficial de “lo fundante”, tanto el año 1725 como el supuesto señor Godoy, habían tenido que derrotar casi darwinianamente a múltiples competidores. Veamos entonces brevemente sobre como y quienes este relato impuso sus condiciones simbólicas de posibilidad.


"Rosario se fundó en Arroyo Seco"
Los autores de este trabajo en algún momento utilizamos esta frase como una manera provocadora de concitar interés en la potencial audiencia de un programa de radio que hacíamos en la ciudad de Arroyo Seco . En realidad, medido en términos geopolíticos del siglo XVII, no andábamos tan descaminados. En 1689 un vecino de la ciudad de Santa Fe, el capitán Luis Romero de Pineda, es beneficiado por una merced real, que le hace poseedor de tierras situadas al sur de esa ciudad. Una extensión hasta entonces sin propietarios, a lo largo del río Paraná, de seis leguas de fondo hacia el poniente, entre el arroyo Ludueña y el Seco. Veintiocho kilómetros median entre ambas desembocaduras, y en cualquiera de ellas (y de las intermedias del Saladillo y del Frías) pudieron establecerse los primeros pobladores. Jugando ex profeso con el anacronismo, fantaseamos radialmente con la posibilidad de que estos protorosarinos concurrieran a bailar a Pasacalle y practicaran deportes en Atletic, Unión o el Real, convocando a espectros de tres siglos atrás a interactuar en clubes y espacios de diversión de nuestro hoy arroyense.
Más allá de esta fabulación ahistórica, Romero de Pineda es el primero en detentar una legitimidad jurídica (de acuerdo a la legalidad colonial) sobre estas tierras. Es un estanciero que no abriga entre sus planes el fundar un pueblo. Ya viejo, las tierras pasan prontamente por herencia a sus hijos, comenzando una lenta pero persistente subdivisión.
Contemporáneamente las dos primeras décadas del siglo XVIII asisten a un quiebre de la precaria paz lograda entre Santa Fe y las parcialidades indígenas del Gran Chaco. La inestabilidad e inseguridad que provoca la intermitente guerra da lugar a que vecinos del norte se desplacen hacia el sur. Hacia esa merced de Romero de Pineda, ya conocida como Pago de los Arroyos. Pago donde han surgido nuevos establecimientos ganaderos, tales como las estancias jesuíticas creadas sobre el río Carcarañá o el arroyo San Lorenzo
Hay entonces hacia 1720 un notorio proceso de colonización en la zona. Los recién llegados buscaron alternativas pacíficas que les permitiera superar la incertidumbre que en sus lugares de origen (Santa Fe y también Santiago del Estero) les provocara la coyuntura de guerra con las parcialidades indígenas. Esta población observó una dinámica particular de desplazamiento. Debido a que –salvo en casos muy puntuales- no tuvo acceso a la propiedad de la tierra, no resultó muy rápido el asentamiento de estas familias dispersas por todo el Pago de los Arroyos en un nucleamiento urbano determinado. Tal vez dos hechos separados por una década; la creación por parte del Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires, en 1730 de varios curatos, entre ellos el del Pago de los Arroyos, y un proceso de fragmentación de la propiedad que se da en 1741 que permite el acceso a la misma a pobladores asentados en condiciones hasta el momento de precariedad legal, son los que posibilitan iniciar tímidamente el proceso centralizador.

Fechas y fundadores para todos los gustos
Este proceso centralizador, el camino que va de la dispersión en el espacio a la formación de la aldea, ha sido analizado en un excelente trabajo de investigación de la historiadora Marta Frutos . Aborda la autora en forma de ensayo crítico la historiografía del hecho fundacional. Este, lejos de ser unívoco, da lugar a una polisemia de fechas y fundadores de acuerdo a cada investigador, que podríamos sintetizar de la siguiente manera:
Rosario se origina en un nucleamiento sin fundador. Concuerdan en esta tesis varios investigadores, pero no en el año inicial de tal nucleamiento. Así Nicolás Amuchástegui lo fija en 1720, José Nuñez en 1725, Félix Barreto, Martiniano Leguizamón y Augusto Maillé coinciden en 1726. Para Juan Álvarez, Camilo Aldao, Ricardo Carbia y Manuel Cervera el año fundacional es 1730, mientras que para Augusto Fernández Díaz es 1746.
Entre los que adhieren a la tesis de un fundador de carne y hueso está Juan Carlos Borqués que afirmó que Rosario fue fundada en 1730 por el gobernador de Buenos Aires, Bruno de Zabala. Félix Chaparro establece la fecha en 1731 y como fundador al primer párroco del curato, Ambrosio Alzugaray.
Desde un punto de vista no solo historiográfico, sino del mero sentido común, son insostenibles las versiones de Francisco Nuñez que señala el año 1731 como fecha de fundación y como fundador (o fundadora)….!a la mismísima Virgen María!. De igual manera Miguel Pereyra lleva la fecha de fundación al tardío 1814 e instituye al Director Supremo de las Provincias Unidas, Gervasio Posadas, como fundador. De suscribir esta peregrina y anacrónica versión, deberíamos aceptar por ejemplo, que Belgrano creó la bandera en medio de la nada.
Con mayor seriedad profesional que los citados precedentemente se sitúan Alberto Montes y Wladimir Mikielievich, quienes sustentan como fecha de fundación el bienio 1746/8 y como fundador al capitán Santiago Montenegro.
Hemos dejado para el final a la tesis que terminó imponiéndose. Triunfo que no le otorga mayor valor de veracidad que las otras. Nos estamos refiriendo a la que sitúa en el año 1725 la fecha de fundación y a Francisco de Godoy como el fundador.
A esta tesis adhirieron en la última mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del veinte, destacados intelectuales rosarinos, tales como Estanislao Zeballos (que bautiza a Godoy como “Manuel”), Eudoro Carrasco y su hijo Gabriel, Calixto Lassaga y Antonio Cafferata. Todos ellos no hacían sino retomar la versión de un personaje singular: Pedro Tuella.

El polifacético Pedro Tuella: maestro, burócrata, bolichero, autodidacta, poeta, historiador y….pescador de pacuses.
Hacia 1738 nace en la provincia española de Huesca, Pedro Tuella. En 1759 se encuentra en el Río de la Plata. Es un funcionario menor, uno más del ejército de burócratas con los que la monarquía borbona acomete la reconquista de América, tras siglos de desidia y dejar hacer a las oligarquías criollas por parte de la Casa de Austria. Destinado como maestro a las misiones del Guayrá, en 1775 desembarca de modo accidental en Rosario. Será su residencia definitiva, hasta su muerte ocurrida casi cuatro décadas después en el mismo solar en el que luego se levantará la casa donde nacerá y vivirá Juan Álvarez. Curiosa casualidad que une al primer historiador rosarino con “el” historiador rosarino. Forzando esta línea de continuidad analicemos la figura de Tuella a partir de Álvarez, quién lo define como “hombre estudioso y sencillo, mitad literato mitad pulpero, que a fuerza de asiduidad y lecturas concluyó por ser tolerable autodidacto en la modestísima Capilla del Rosario de fines del siglo XVIII”.
Maestro de escuela, receptor de impuestos, estanquero de tabaco, pulpero; Tuella de a poco afianza su patrimonio, módico sin duda, de acuerdo a la pobreza general de la región. Ciertas inquietudes del espíritu lo llevan a suscribirse y hacerse corresponsal del primer periódico de Buenos Aires, el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata. Álvarez relativa estos escarceos intelectuales de Tuella. Reproduce burlonamente una carta de este a su amigo Vicente Echeverría, donde le cuenta que solo le interesa dormir la siesta, y al despertarse, tomar unos mates e ir al río a sacar un pacú. En realidad es injusto con Tuella. Después de todo, y pese a sus limitaciones el bueno de don Pedro se las ingenia para que el Telégrafo Mercantil… publique en 1802 una obra de su autoría. Se trata de la Relación Histórica del pueblo y jurisdicción del Rosario de los Arroyos en el Gobierno de Santa Fe, provincia de Buenos Aires.
En este trabajo Tuella da a luz su versión fundacional: hacia 1725 un “ilustre” vecino de Santa Fe, Francisco de Godoy, junto a su familia, vecinos blancos e indígenas “mansos” se trasladaron al sur del río Carcarañá, estableciendo un nuevo poblado en tierras de la antigua merced de Romero de Pineda. Godoy dotó al poblado de una capilla presidida por una imagen que los había venido protegiendo en su éxodo desde el norte, la imagen de la Virgen del Rosario. Gracias a la decidida voluntad de Francisco de Godoy, el núcleo poblacional se afianzó, portando en ciernes en medio de la modestia inicial, un futuro venturoso.Hasta aquí el relato de Tuella. Pese a los intentos de Juan Álvarez de destruirlo al demostrar con argumentos de contundencia que el tal Godoy nunca había andado por estas tierras, y que tal vez por ninguna, al ser harto dudosa su existencia, el relato supervivió. Su capacidad simbólica no estaba en el pasado sino en el futuro. Pedro Tuella era sin saberlo, aparte de todo lo que fue, un positivista avant la garde. El primero de una ciudad que encontraría en el orden y progreso positivista, su razón de ser.

“Y Rosario era una aldea todavía, cuando surgió Travella y Compañía.”
Esta frase estaba escrita en un barquito de juguete que a modo de veleta dominaba las alturas de un comercio situado en la ochava sudeste de la rosarina esquina de Córdoba y Sarmiento. La piqueta acabó con el comercio y su popular barquito a fines de la década de 1950. El moderno edificio que lo reemplazó ostenta en su entrada una placa que anuncia al viandante que “en este solar en 1852, entonces pleno campo, hoy corazón comercial de la opulenta ciudad, se estableció la familia Travella…”
“Aldea”, “1852”, “pleno campo”, “opulenta ciudad”, términos en apariencia inconexos pero que adquieren sentido lógico de acuerdo a un discurso que repetido hasta el hartazgo por cierta historiografía, por la prensa, por la costumbre, etc., se ha convertido en un lugar común en la conversación general de la sociedad rosarina. Nos referimos a la creencia que ubica en la caída del rosismo, el momento de despegue socio-económico de Rosario. La batalla de Caseros sería en términos sarmientinos un parte aguas: antes, la barbarie; después, la civilización. Si bien recientes trabajos de investigación de miembros de la Escuela de Historia de la U.N.R. , cuestionan parcialmente la validez de esa creencia, lo cierto es que la misma ha persistido hasta adquirir entidad discursiva de verosimilitud casi incontrastable.
Hay sin dudas razones fácticas de peso que avalan ese discurso. Citaremos solo a modo de ejemplo las contundentes cifras demográficas que nos indican que entre el momento de elevación de la aldea al rango de ciudad el 05 de Agosto de 1852 hasta el momento de los festejos del supuesto bicentenario en 1925, la población se ha multiplicado por cien. Un crecimiento que proporcionalmente pocas ciudades del mundo alcanzaron en esa magnitud.
Consecuentemente esa revolución demográfica establece cambios igualmente radicales en la sociedad rosarina. El papel ascendente que la ciudad va logrando al posicionarse favorablemente frente a distintas coyunturas, tales como el rol de puerto alternativo que juega en la etapa de la Confederación Argentina, o el rol de puerto abastecedor durante la Guerra del Paraguay, la ubican en situación inmejorable para aprovechar al máximo las posibilidades que a partir de las últimas décadas del siglo XIX encuentra en el Modelo Agro exportador vigente. Hacia el Centenario de la Revolución de Mayo, Rosario es la cabecera indiscutible de la “pampa gringa”, ese vasto hinterland que desborda el sur santafecino y avanza sobre el este cordobés y el norte bonaerense. La llanura cordobesa ve en Rosario, y no en la docta, a su ciudad de referencia.
Ya para entonces se hay consolidado una clase rectora que nada tiene que ver con el antiguo patriciado aldeano de medio siglo atrás. Esa nueva elite no es otra que la burguesía. Consecuencia directa en su origen del espectacular proceso inmigratorio y demográfico “la burguesía rosarina pisa firme; hija del desarrollo agrario, se identifica totalmente con el progresismo liberal, y no solo carece de complejos frente a las viejas clases, sino que las mira por arriba del hombro, porque se siente con mejor derecho a conducir. No postula reconocimiento y será ella la que lo dará” .
La clase terrateniente argentina no tiene residencia siquiera provisoria en Rosario. Es entonces esa “exitosa nueva clase” la que lleva la voz cantante. Y lo hace con orgullo, exhibiendo ante propios y extraños, la concreción práctica de su filosofía positivista. Compra su propio discurso de clase rectora, auto convencida que es su afán de progreso lo que ha transformado la otrora insignificante aldea en una gran ciudad.

La juventud de Rosario es su más antigua tradición
Esta paráfrasis del sarcasmo con el que Oscar Wilde definía a la prepotente Norteamérica del riflero Roosevelt, bien puede aplicarse a Rosario en la misma época. No hay prosapia ni alcurnia añeja en los dominios de Ceres y Mercurio. Y si no la hay, entonces debe ser inventada. No puede ser que la gran ciudad del porvenir tenga un origen ignoto. La hija de sus propios hijos, según la definición de la burguesía que se ve a si misma como la gran hija rectora, debe tener una fecha de nacimiento y si es posible, un padre. Comienza la invención del acto fundacional.
Está disponible la versión de Pedro Tuella que pese a hacer aguas ostensiblemente desde el punto de vista del rigor histórico, ha sido aceptado por importantes publicistas. Si la figura de Tuella mueve al comentario risueño, su relato adquiere entidad y consenso al ser defendido por figuras de la talla intelectual de Zeballos, los Carrasco, Lassaga o Cafferata.
Así a principios del siglo XX, la avenida resultante del levantamiento de las vías del Ferrocarril Oeste Santafesino, recibe el nombre de Francisco de Godoy, al igual que el barrio situado en su extremo oeste. La nomenclatura actúa a modo de avanzada de un proceso donde el problema de la fundación se significa más en símbolos e imágenes de la modernidad (avenidas, nuevos barrios) que en elementos coloniales inexistentes.
Este proceso culmina en 1924 con dos proyectos presentados en el Concejo Deliberante. El primero es de Calixto Lassaga que propone celebrar el año siguiente el Segundo Centenario de la Ciudad. Lassaga, como vimos hace suyo el año fundacional señalado por Tuella, pero se encuentra con un problema: este no ha indicado un día de fundación en particular. Entiende que ese vacío puede ser llenado eligiendo como sucedáneo una fecha notable para la urbe. Por ejemplo, la de la creación de la bandera, el 27 de febrero.
Entonces se presenta otro proyecto, el de Antonio Cafferata. Con iguales oropeles intelectuales que Lassaga, propone que ante la imprecisión de fechas, se utilice una móvil que está inscripta en la tradición de la ciudad. Esa fecha no es otra que el Día de la Virgen del Rosario, haciendo coincidir de esta manera la hipotética fundación con las fiestas patronales. La fecha es móvil porque la festividad de la Virgen del Rosario se celebra el primer domingo de octubre. En 1925 “cae” el día 4. Aprobado este proyecto por el Concejo, las fuerzas vivas entran en un frenesí organizativo que culminará el “día del bicentenario”.
Abrimos este trabajo con el relato que hace Juan Álvarez acerca de la sofocante actividad que le tocó en suerte al Jefe del Poder Ejecutivo Nacional, presidiendo innumerables y variopintos actos. Ese aristócrata, ceseoso y mal hablado que era Marcelo T. de Alvear debe haber sonreído en su interior con suficiencia, tratando de guardar las formas cuando le mostraron un retrato “legítimo” de Godoy, que no era sino una copia del retrato de José Mármol que se halla en el Museo Histórico Nacional. Idénticas formas que hubiera guardado frente a la postura radiofónica citada de los autores de este trabajo, sosteniendo que Rosario se fundó en Arroyo Seco. Versión tan descartable, o paradójicamente tan aceptable, como la triunfante de Pedro Tuella. Efímeras representaciones del pasado entendidas desde el presente. Y sobre las que poco importaba su falta de sustentación histórica, su evidente orfandad heurística. No en vano con notable lucidez de análisis, Juan Álvarez había captado el sentido último de las celebraciones de Octubre de 1925: “Rosario festejaba en realidad su vigoroso desarrollo, su bien logrado presente”. Cambiemos en esta definición, “Rosario” por “burguesía rosarina” en el sentido gramsciano de clase hegemónica, y entenderemos la operación de legitimación que se enmascaró tras el supuesto bicentenario de la ciudad hija de sus propios hijos.


Fernando Cesaretti y Florencia Pagni
Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario
grupo_efefe@yahoo.com.ar http://grupoefefe.blogspot.com/

domingo, marzo 14, 2010

Ermete De Lorenzi: una arquitectura de vanguardia para la burguesía rosarina en la década del treinta.



“La arquitectura de Rosario se divide en dos épocas: antes de De Lorenzi y después de De Lorenzi”.
Ing. Tiberio Gombos.

Entre un pasado fecundo y un futuro incierto

A fines de 1939 Juan Álvarez escribe el último capítulo de su Historia de Rosario. En esas postreras páginas de su monumental obra, Álvarez da rienda suelta a su nostalgia por los tiempos idos del Modelo Agro exportador, al que considera el factor principal del engrandecimiento de su ciudad. Lúcido defensor de un liberalismo a la vez político y económico, sabe que ese modelo finó con el crack de la bolsa neoyorkina una década atrás, reemplazado por un creciente intervencionismo estatal que reprueba.
“Rosario, que vivió hasta aquí confiadísimo en el porvenir, comienza a sentir alarma, pues si los últimos años le aportaron protección gubernativa, en ningún período de su historia desde 1852, ha sufrido el comercio local restricciones tan molestas. La protección puede ser tornadiza y variable; las trabas, son obstáculo permanente al ejercicio de iniciativas individuales sobre las que se cimentó la prosperidad del pasado. Ahora hay poca, muy poca libertad económica, y mucha economía dirigida, muchísima intervención de funcionarios públicos en los negocios privados. Para conjurar trastornos transitorios producidos por las crisis periódicas, fruto del libre juego de ofertas y demandas, habrá ahora médico obligatorio, recetas inacabables, y en fin de cuentas, crisis crónica. El gobierno quiere remediarlo todo, inclusive las imprudencias de quienes aturdidamente se cargaron de deudas y desean se les ayude a salir del paso para seguir gastando.”
Pese a esta defensa de un liberalismo que de tan crudo se torna anacrónico, Álvarez esta dispuesto a conceder que ante la magnitud de la crisis alguna intervención estatal era necesaria.
“Desde luego, la crisis de 1929 y la brusca baja de los cereales en 1930 justificaron alguna provisional medida de emergencia, y a ello había obedecido establecer a fines de octubre del 31 cierta paridad entre la moneda argentina y las extranjeras, poniéndolas a cargo de una Comisión de control de cambios; pero en 1934, cuando ya la crisis declinaba, lejos de abandonarse esos procedimientos excepcionales, se los reforzó.”
Es esa transformación de lo excepcional en permanente lo que esencialmente reprueba Álvarez. Entiende que ese dirigismo económico instrumentado por los gobiernos nacionales conservadores atenta fundamentalmente contra su ciudad toda vez que el reparto de la cada vez mas gigantesca torta pública se realiza a favor de los intereses concentrados en torno al puerto de Buenos Aires, al cual alguna vez hizo frente planteándose como alternativa al poder hegemónico del mismo, la burguesía rosarina de la que Álvarez forma parte por derecho propio.
“Comercialmente Rosario declina. Han desaparecido los viejos ´registros’, las grandes casas importadoras de paños, y en su reemplazo sólo hay sucursales de negocios cuyo asiento principal está en Buenos Aires. La Bolsa y los cerealistas van quedándose sin funciones, pues ahora compra y vende las cosechas el gobierno federal. Empleados públicos intervienen, revisan, controlan cuanto se hace; y por sobre todo ello ciérnese la amenaza de un paulatino desmedro del puerto. Ha perdido su anterior baratura, las obras de dragado no aumentan con la misma rapidez que el calado de los buques, y su esfera de atracción es menor que medio siglo atrás. Comienza a ser raro que quién entró a la tienda como cadete, barriéndola, pase años después a ser socio o dueño de ella. Mal síntoma, para la ciudad que cifró gran parte de su progreso en el estímulo a las actividades individuales.”
Ciertamente la pertenencia de clase y su nostalgia por un mundo y una ciudad que ya no es, le impiden entender a este por otra parte notable intelectual, los cambios que están operando de manera drástica en la sociedad argentina en esos años. Entre 1930 y 1933 la depresión económica trajo como inmediata consecuencia tasas de desempleo inéditas. Rebaja de salarios, desocupación, desconocimiento por parte de las patronales de las de por si ya débiles y escasas leyes de defensa de las condiciones laborales de los trabajadores, fueron entonces una amenazante realidad para las masas obreras argentinas (incluidas las rosarinas). El paisaje ferroviario de la pampa gringa sumó entonces como nunca antes, decenas de miles de parias, nativos y extranjeros –estos en gran proporción polacos y ucranianos-, deambulando a lo largo de las vías férreas, buscando por chacras y estaciones un conchabo transitorio y mal pago.

Juan Álvarez

Álvarez no entendió la complejidad de la crisis ni su larga duración, como sí lo hicieron las elites gobernantes que pese a su prosapia liberal conservadora no duraron en aplicar medidas keynesianas que sabían de largo plazo. Esto permitió que a mediados de la década y a favor de una industrialización que paulatinamente se va afianzando al calor de una incipiente sustitución de importaciones, la recesión cediera en sus efectos sociales más conflictivos, y cierta reactivación económica, especialmente en los rubros textil, alimentario, químico y metalmecánico, revirtiera los índices de desocupación de los años anteriores, especialmente en las ciudades de Buenos Aires y Rosario, las que comienzan a recibir migrantes de las provincias interiores. Un censo de actividades de 1935 da cuenta que en la provincia de Santa Fe la mitad de su producción industrial se concentraba en el área rosarina, donde mil setecientos establecimientos fabriles empleaban a 27.000 obreros. Seguramente no entraba en el ideal de estos, el barrer tienda alguna con la promesa de convertirse décadas después en socios del dueño de la misma. Otras expectativas, distintas a la que Álvarez entendía como el “deber ser” de la escala de progreso de un dependiente de comercio, tenían estas nuevas generaciones de trabajadores.
Si hondo es su pesimismo en el análisis de las políticas económicas dirigistas que considera perjudicial para lo que el entiende como genuinos intereses de su ciudad, muy distinta es su visión acerca de otros cambios que se están operando en la urbe. La meseta demográfica en que se encuentra Rosario tras detenerse en 1930 el flujo de migrantes europeos que fue constante y sostenido –salvo la excepcionalidad de la Gran Guerra- durante décadas, amerita para Álvarez perspectivas no necesariamente negativas:
“Si el ritmo del crecimiento se atenúa durante los años próximos, tanto mejor: la ciudad aprovechará tal circunstancia para completar sus servicios, embellecerse, llenar cumplidamente las funciones que le corresponden. No es cierto queden cerradas para ella las posibilidades de perfeccionamiento en cuanto deje de crecer a escape. Al contrario. Libre de apremios, podrá ocuparse de las muchas cosas que ha ido dejando a medio hacer”
Enumera a continuación los hitos culturales, científicos y artísticos que en los últimos años dan nueva impronta a la ciudad. Lo hace con una mirada de pertenencia de clase evidente. Si tales obras benefician al conjunto de los rosarinos, no parte su concreción de la comunidad en su conjunto, sino que en su mayoría responden a la magnanimidad de la élite rosarina. Es en esa perspectiva que Álvarez resalta especialmente que el moderno edificio destinado a museo de artes plásticas recientemente construido en el parque Independencia, así como su bien provista pinacoteca, es producto de
“un generoso rasgo de la señora Rosa Tiscornia de Castagnino, dedicado a la memoria de su hijo, dilecto benefactor de los artistas a quien la muerte hiriera en plena juventud.”
En el mismo espacio público es habilitado en ese tiempo un museo histórico, al que Álvarez considera el lugar ideal para que las clases subalternas rosarinas puedan admirar los recuerdos de otros tiempos de las familias de abolengo que también “generosamente” se han desprendido de tales trastos, que hasta ese momento dormían la interminable y polvorienta siesta del olvido en desvanes y depósitos. La flamante escuela de arte escénico es para Álvarez, “fruto de los desvelos” de otra representante de la burguesía, Alicia Olivé. El dramaturgo que nutre con sus obras el repertorio que se interpreta en tan exclusivo instituto, es Camilo Muniagurria, otro cabal exponente de la elite local.
Cierra Juan Álvarez el capitulo dedicado a ese segundo lustro de la cuarta década del siglo XX con una ineludible referencia a las disciplinas universitarias que más allá de lo estrictamente artístico y cultural, están operando para dar al paisaje urbano una nueva fisonomía, en una ciudad que –en sus sectores más acomodados- resiste perder sus modos de sociabilidad en relación al espacio habitado, ya no tan acordes a los nuevos tiempos:
“…los egresados de Ingeniería y Arquitectura están transformando la fisonomía urbana y la distribución interna de los edificios…Urbe de casas bajas o de pocos pisos, aunque aquí y allá disuene algún desproporcionado rascacielos, ofrece todavía Rosario la nota amable de patios embellecidos por flores, emparrados de enredaderas desbordando sobre las tapias, grandes árboles de sombra en los centros de manzanas, y calles asoleadas, de nítida perspectiva, limpias de esa bruma borrosa que tantas ciudades industriales empaña”.

“Algún desproporcionado rascacielos”
Esta adjetivación de Juan Álvarez sobre la emergencia en el paisaje urbano de
edificios de varios pisos de altura, es una muestra de esa resistencia que la burguesía rosarina tiene al advenimiento de cambios que no pueda manejar totalmente. Las nuevas tendencias arquitectónicas son miradas con recelo y atracción al mismo tiempo.
Este desarrollo edilicio es un fenómeno común a las principales ciudades argentinas en esa década donde, en opinión de los investigadores de la historia de la arquitectura argentina, Anahí Ballent y Adrián Gorelik,
“La vivienda urbana asumía a su vez particulares formas de transformación, que la convirtieron rápidamente en el símbolo elocuente de los nuevos tiempos: la casa de renta o departamentos desarrollada en altura se imponía como parte de una modernización general de la ciudad. Fue este un proceso reconocible en los distritos centrales de Rosario, Córdoba y Mendoza, ejemplos de gran despliegue constructivo en edificios de altura. Pero, como en otros aspectos de la modernización, Buenos Aires lo emblematizó de modo más completo.”
En Rosario específicamente, ese tipo de construcciones tiene un nombre fundamental. Es el de Ermete Esteban Félix De Lorenzi, que ha nacido en 1900 en El Trébol, localidad del centro oeste santafecino, en el seno de una familia de inmigrantes italianos que han acumulado una gran fortuna por sus inversiones en tierras, silos, acopios agropecuarios y especialmente por su incursión en el rubro de la cremería donde a partir de la elaboración de un queso de cáscara dura de excelente calidad – conocido comercialmente como trebolgiano en un sincretismo nominativo que homenajea al pueblo donde están afincados y al “formaggio” parmesano al que genéricamente pertenece tal producto- logran insertarse durante décadas en el mercado de consumo argentino con extraordinarias ganancias.
Esmirriado y enfermizo, Ermete en sus primeros años tuvo serios problemas físicos que tornaban incierta su calidad de vida a futuro. Tartamudeo, sordera y una debilidad manifiesta en sus miembros inferiores que solo le permitía caminar con ayuda de zapatos ortopédicos. En 1911 fue llevado por sus padres a Italia donde lo sometieron a distintos tratamientos con los más importantes especialistas de la época. La terapéutica médica –y también paramédica- sumado a la fuerza de voluntad del propio niño, fueron dando sus frutos y de a poco estos problemas físicos fueron remitieron hasta desaparecer por completo en su juventud.
Todos estos obstáculos de su niñez y adolescencia no impidieron que cursara estudios regulares en la ciudad de Rosario, adonde la familia De Lorenzi se radica en 1907. Cursa entonces los grados instrucción primaria en el Colegio Pando y los secundarios en la Escuela Industrial de la Nación (actual Politécnico), de donde egresa en 1918 con el título de Técnico Mecánico. En ese momento De Lorenzi no ha definido su meta profesional. Entre 1919 y 1922 cursa hasta el cuarto año de ingeniería en la flamante Universidad Nacional del Litoral y al año siguiente se traslada a la capital de la República con el declarado propósito de completar su educación superior en la carrera por la que finalmente se inclinó. Un trienio después recibe su título de arquitecto en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Con diploma de honor y la calificación de “sobresaliente” en todas y cada una de las veintitrés materias rendidas para obtener el título de grado, retorna a Rosario donde en 1927 inicia su actividad profesional asociado a los arquitectos Julio Otaola y Aníbal Rocca.
Residió a partir de entonces de manera permanente en esta ciudad durante 18 años hasta 1945, cuando se afincó en la Capital Federal en virtud de haber sido elegido primer decano de la flamante Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires.
Llegaba a ese alto cargo académico con una brillante foja de servicios en la enseñanza superior. Tenía sin dudas vocación pedagógica, la que se manifestara tempranamente en plena juventud cuando dictó un curso sobre automóviles en la Universidad Popular de Rosario (pomposa y excesiva denominación de una de las tres secciones en que se dividía internamente el Instituto Social de la Universidad Nacional del Litoral, creado con la finalidad de dar instrucción y capacitación a obreros y empledos mediante el sistema de dictado de cursos.
De retorno a la ciudad fue nombrado profesor de dibujo en la escuela secundaria Dante Alighieri –era un acuarelista y dibujante notable- y desde 1929 obtuvo por concurso la titularidad de la cátedra Teoría de la Arquitectura, de la entonces Facultad de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales de la Universidad Nacional de Litoral. Durante más de una década formó arquitectos que en su último año de estudios competían exitosamente con sus pares de las restantes universidades argentinas en los distintos concursos que se realizaban. Ser alumno de De Lorenzi entonces conllevaba un prestigio dentro del campo arquitectónico a nivel nacional. En 1939 obtuvo por concurso de oposición y antecedentes la titularidad de la cátedra de Teoría de la Arquitectura de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, ciudad a donde se trasladaba semanalmente en tren a dar sus clases.Como profesional de la arquitectura su etapa específicamente rosarina abarca con creces el período de la década del treinta adonde establecemos los autores de este trabajo el recorte temporal de nuestra investigación. En esos años De Lorenzi fue el autor de un gran número de proyectos de viviendas especulativas, entre los que se distingue una amplia gama de programas: edificios y casas de renta, viviendas en pasillos, chalets que conforman barrios, conjuntos a modo de cités y prototipos de viviendas a ser producidos en serie.
Como bien señala una investigadora de su obra, la arquitecta Jimena Cutruneo, la clave para De Lorenzi era la utilización de materiales durables, de buen aspecto y la atención en la resolución de la fachada. De Lorenzi lo planteaba no tanto como conformidad a las convenciones, sino como diferenciación -de acuerdo al segmento del mercado al que se orienta, el comitente privado o institucional, la localización urbana, suburbana o campestre- de unidades habitaciones. Los recursos, entonces, tenían que ver con la variedad en la resolución formal del edificio: retiros, jardines, tamaño y cantidad de balcones, pórticos, basamentos, coronamientos, según el segmento del mercado al que están orientadas las viviendas. La diferencia como marca del arquitecto no quedaba sólo acotada a lo formal, sino que se extendía a las estrategias de distribución: la disposición o no en departamentos, la presencia o no de office e íntimos, la flexibilidad espacial, la búsqueda de nuevos agrupamientos de locales, que incluso alcanza a la diferenciación e individualización de las distintas unidades habitacionales de un conjunto.
De Lorenzi estableció como función principal del arquitecto el “resolver en cada caso el problema con las formas que más satisfagan al mismo.” Fue uno de los primeros profesionales argentinos que expresaron públicamente su fobia a las medianeras. Así criticó sin ambages a los proyectistas del Palacio Minetti -uno de los edificios que fueron emblema urbano a partir de su construcción en la década del veinte- por haberlo concebido estos con cúpula y medianeras en lugar de cuatro fachadas que le habrían dado mayor espacialidad. En palabras de De Lorenzi, la medianera en arquitectura “era una solución terrible”.
Entre sus múltiples realizaciones se destacan: Sanatorio Británico, Sanatorio Plaza, Pabellón de Cirugía del Hospital Italiano, edificios de renta en Córdoba al 1400 (que al ser construido en 1932 fue uno de los primeros en Rosario en contar con una estructura de hormigón armado) y en Santa Fe al 1400, edificio Gilardoni en Bulevar Oroño y Rioja, edificio De Bernardi en Bulevar Oroño al 300.
Pero hay dos obras que nos interesa destacar en particular. Una fue la levantada en la esquina noroeste de Córdoba y Bulevar Oroño, construida entre 1938 y 1940. Es el edificio de la Compañía de Seguros La Comercial de Rosario. Ninguna medianera arruina la majestuosidad del edificio, con sus 17 pisos, sus 5.000 metros cuadrados de superficie cubierta y una torre de 70 metros de altura. El edificio de La Comercial de Rosario marcó época y sigue siendo un modelo de arquitectura actual. Este edificio representa para Rosario, en tiempo y lugar, lo que el Kavanagh para Buenos Aires. Su modernismo sobrio y a la vez monumental establece un juego estético de ida y vuelta con el lugar en que está emplazado, uno de los sitios de mayor belleza de la ciudad. William Dunkel, arquitecto suizo de fama internacional, director del Instituto Politécnico de Zurich, consideraba a este edificio como un modelo y ejemplo mundial del modernismo.
La otra obra es la mansión ubicada en la ochava sudoeste de Córdoba y Moreno, que De Lorenzi construyó como residencia familiar a finales de la década del veinte y que tuvo entre otros destinos posteriores, el de ser sede del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército. Durante la última dictadura militar fue el epicentro desde donde se emitieron las órdenes de detención, tortura y desaparición de miles de personas en las seis provincias litorales argentinas que estaban bajo su jurisdicción militar. Todos los intentos de organismos de derechos humanos para que se establezca un museo de la memoria en el edificio han sido infructuosos, pese a existir una ordenanza municipal que así lo dispone. En sus instalaciones, convenientemente refaccionadas en su interior pero respetando en líneas generales su morfología externa, funciona desde hace unos años y hasta el presente (2009) un lujoso bar temático cuyos indiferentes parroquianos pertenecen a los sectores medios y altos. Este edificio por el que sin dudas ha pasado parte de nuestra historia, se lo puede ubicar arquitectónicamente como perteneciente al eclecticismo academicista. De Lorenzi dejó su impronta en el, no solo por proyectarlo para ser el hábitat de su propia familia, sino también porque fue su primera obra de importancia en la cual impuso algunos de los criterios de modernidad que serían un lugar común en sus trabajos a partir de los años treinta.

Vanguardias elitistas
Las investigadoras del Instituto de Historia de la Arquitectura de la Universidad Nacional de Rosario, arquitectas Bibiana Cicutti y Bibiana Ponzoni, afirman que hacia 1930 la burguesía rosarina logra prolongar y hasta fortalecer su prosperidad a pesar de la coyuntura mundial desfavorable apostando nuevamente a la renta inmobiliaria. En cuanto al lenguaje arquitectónico, ese rentista se asume como predominantemente tradicionalista respecto del consumo que presenta reticencias frente a los modelos formales abstractos y a las cuestiones ideológicas que se debatían en Europa. Ambos modelos: el "tradicionalista" y el "moderno" se perciben como simultáneamente válidos. Resulta pues interesante observar como se conjugan imágenes tan diferentes que significarán, tanto para los profesionales como para los clientes, opciones alternativas.
En esos años conviven entonces en la reformulación urbana de Rosario, rasgos neoclásicos, referencias romántico-pintorescas o eclécticas con los modelos modernos más permeables. Este ancho margen en el modo de aplicación de los modelos arquitectónicos de las distintas escuelas, permitió a los profesionales y constructores mayor libertad formal y actuó de mediador entre "tradición" y "modernidad", entre "racionalismo" y "expresividad". Así Hilarión Hernández Larguía aplicaba en forma indiferenciada una secuencia de estilos a idénticas unidades habitacionales. Por su parte Tito y José Micheletti tenían una base tan ecléctica que les permitía proyectar utilizando como fundamentación de sus obras, a veces los más rigurosos ejercicios académicos, y otras veces las más osadas propuestas vanguardistas.
A favor de este tira y afloje entre profesional y cliente, el paisaje urbano se va modificando contundentemente a lo largo de los años treinta con la aparición de incontables obras generalmente de un alto nivel de calidad. Son viviendas individuales o pequeños conjuntos de renta, tipologicamente modernos, y con cierto alarde de los recursos poéticos del Movimiento Moderno: revoque blanco, cubiertas planas, terrazas pergoladas, planos horizontales en voladizo, volúmenes rectangulares o curvos expresivamente encastrados, "ojos de buey", revestimientos pulidos, herrería cromada o de bronce con motivos alegóricos, etc.
El arquitecto De Lorenzi fue sin dudas en su profesión un arquetipo del Movimiento Moderno, un discípulo privilegiado y consecuente de la “Bauhaus”, esa escuela alemana de arquitectura y diseño fundada en Weimar en 1919 por Walter Gropius, que transformó en pocos años la forma de construir según la tradición de siglos, al sostener que el arte debía responder a las necesidades de la sociedad y que no debía hacerse distinción entre las bellas artes y la artesanía utilitaria. La “Bauhaus” también defendía principios más vanguardistas como que la arquitectura y el arte debían responder a las necesidades e influencias del mundo industrial moderno y que un buen diseño debía ser agradable en lo estético y satisfactorio en lo técnico. A esos principios les fue fiel De Lorenzi cuando proyectó el edificio industrial de Chaina y Cía., ubicado en calle Córdoba al 3100, construido en 1933 con estructura de hierro totalmente soldada y una planta alta de oficinas que causa una excelente impresión visual, toda vez que esa estética no era –ni es- usual en ámbitos de uso fabril.
La renovación arquitectónica de esos años también es asumida en la ciudad de Rosario -en mayor o menor medida como ya vimos- por profesionales pertenecientes a las clases privilegiadas (los Micheletti, Hilarión Hernández Larguía, Ángel Guido, Juan Manuel Newton, Emilio Maisonnave, Juan B. Durand, etc.), algunos de los cuales no escapan a comportarse con los modos autoritarios y elitistas propios del contexto social del que forman parte. De Lorenzi ciertamente no es una excepción a tenor del siguiente testimonio:
“Mi padre, Legurio Tramallino, trabajó muchos años para la firma De Lorenzi. Llegó a ser gerente. Estaban en calle Santa Fe y hacían el famoso queso trebolgiano que era muy rico. Los productos De Lorenzi eran de lo mejor que había en Rosario. Tenían fábricas de queso en El Trébol y en otros pueblos. Durante la época de Perón tuvieron problemas por la forma en que trataban al personal. ¡Imaginate lo que habrá sido antes! Mi papá me contaba que cuando el era cadete (…si, debe haber sido por los años treinta, porque el era chico y yo nací en el 44), cuando el era cadete te decía, lo hacían trabajar de lunes a sábado, y el domingo tenía que levantarse temprano solamente para ir hasta el centro a buscar los diarios de Buenos Aires y La Capital y llevarlos a la casa del arquitecto De Lorenzi que quedaba donde ahora está el bar ese (al) que los zurdos le tiran huevazos porque antes estaba el Comando. ¡Y guay con llegar tarde con los diarios! ¡Amigo, los retos que le daban! Y eso que no era más que un chico. Al arquitecto no le importaba si llovía a cántaros o si el tranvía que llevaba a mi papá hasta su casa iba demorado. No había excusa que valga. Mi viejo que los conoció bien a todos los De Lorenzi decía que estaban cortados por la misma tijera. Eran unos gringos con mucha plata y muchos “humos” en la cabeza.”No se trata de cargar las tintas sobre De Lorenzi. No es nuestra intención. Concordamos en ese sentido con la historiadora Laura Benadiba que propone que en la transmisión del pasado se encuentra la llave para comprender el presente, y sobre todo, valorarlo desde una actitud crítica y activa. Y agregamos nosotros: sin maniqueismos desde nuestro hoy para juzgar figuras del ayer. Volvemos entonces a Ermete De Lorenzi y advertimos que el actuó témporo-espacialmente dentro de una lógica hecha de cortes y persistencias. Su posición socio-económica le llevó a mostrar esos modos de continuidad en un trato excluyente y restrictivo, al tiempo que su formidable capacidad profesional lo hizo protagonista emblemático de esos cortes modernizadores.
De Lorenzi no se limitó al ejercicio estricto de la arquitectura o a actividades académicas relacionadas con ella. Desempeñó también funciones públicas diversas a lo largo de esos años (Director de Obras Públicas de la Provincia en 1935 y a principios de los años cuarenta, miembro de distintas comisiones municipales, etc.) Fue accionista de las empresas familiares y un hábil rentista de alguno de sus edificios, todo lo cual le permitió acrecentar su patrimonio, dejando a su muerte ocurrida en la ciudad de Buenos Aires en agosto de 1971, una consolidada fortuna. Tuvo afición por la música, la pintura y la escultura. Así lo encontramos en ese tiempo como miembro cofundador de instituciones tan disímiles como el “Foto Club de Rosario”, la “Cultural Lírica Rosario”, el Centro Tradicionalista “El Hornero”; o ejerciendo la presidencia del “Club Remeros de Alberdi” o la secretaría del “Rotary Club Rosario”.
En síntesis, un hombre excepcionalmente dinámico que dio con sus obras nuevo carácter al paisaje urbano de una ciudad que en la década de 1930 se transformaba en el claroscuro de avances y rémoras. Un hombre conciente de pertenecer a un grupo social privilegiado que era el destinatario principal de su producción. Un hombre especialmente dotado para ese arte renacentista que es la arquitectura, siempre en la búsqueda de "la composición correcta y el carácter adecuado" buceando en recursos ya probados, con la convicción de que la originalidad puede lograrse apoyándose en el principio de Julián Guadet de "hacer mejor lo que otros ya hicieron bien". Y que de esa forma actuó de acuerdo a lo que pretendía Juan Álvarez de la burguesía rosarina en ese tiempo en que la ciudad había dejado de crecer demográficamente “a escape”. Ermete de Lorenzi fue entonces uno de los que operó con su gestión profesional para que ediliciamente en su centro burgués, Rosario “libre de apremios, se ocupara de las muchas cosas que ha ido dejando a medio hacer”.

Florencia Pagni y Fernando Cesaretti.
Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario
grupo_efefe@yahoo.com.ar
http://grupoefefe.blogspot.com


BIBLIOGRAFIA
Álvarez, Juan. 1981. Historia de Rosario (1689-1939). Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral.
Ballent, Anahí y Gorelik, Adrián. 2001. País urbano o país rural: La modernización territorial y su crisis, en Nueva Historia Argentina. Tomo VII: Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre política (1930-1943). Buenos Aires: Sudamericana.
Benadiba, Laura. 2007. Historia Oral. Relatos y Memorias. Buenos Aires: Maipue.
Cicutti, Bibiana y Ponzoni, Bibiana. 2003. Incisiones. Algunas consideraciones sobre la arquitectura Moderna en Rosario, en Matéricos Periféricos. Nº 4. Revista del Taller Carlos Galli (a cargo del arq. Marcelo Barrale) de la Facultad de Arquitectura, Planeamiento y Diseño de la Universidad Nacional de Rosario.
Cutruneo, Jimena. 2007. La vivienda especulativa en Ermete de Lorenzi, en Ermete de Lorenzi. Obra Completa. Rosario: A&P Ediciones.
Fernández, Sandra y Armida, Marisa. 2000. Una ciudad en transición y crisis (1930-1943), en Rosario en la Historia (de 1930 a nuestros días) Tomo 1. Rosario: UNR Editora.
Gombos, Tiberio. 1971. Una época heroica de la arquitectura en Rosario, en Revista de Historia de Rosario, Nros. 21/22. Rosario: Perelló S.A.I.C.
Martín, María Pía y Múgica, María Luisa. 2001. La sociedad rosarina en el siglo XX: cambio, vida cotidiana y prácticas sociales, en La Historia de Rosario, Tomo 1 (Economía y Sociedad). Rosario: HomoSapiens Ediciones.
Matsushita, Hiroshi. 1986. Movimiento obrero argentino. 1930-1945. Buenos Aires: Hyspamérica.
Rigotti, Ana María. 2001. Los procesos de expansión y conformación urbana, en La Historia de Rosario, Tomo 1 (Economía y Sociedad). Rosario: HomoSapiens Ediciones

OTRAS FUENTES
Escritas:
Memoria del Ministerio de Hacienda y Obras Públicas de la Provincia de Santa Fe. Período 10 de Abril de 1939 al 10 de Abril de 1940.
Revista Summa. Documentos para una historia de la arquitectura en la Argentina. Específicamente aquellos que comprenden lo que la revista acota cronológicamente como el “periodo de integración nacional (1914-1943)”.

Orales:
Testimonio del señor Carlos Alberto Tramallino a los autores. Idem del arquitecto Daniel Zárate. Idem del arquitecto Ricardo Miranda.


sábado, febrero 27, 2010

Cuando Argentina violó el territorio de Haití



Crónica de un bochornoso episodio ocurrido en 1956, en el que la impune cobardía de las fuerzas militares argentinas que perpetraron el mismo contrastó en inversa proporcionalidad ética con la heroica valentía de un matrimonio de diplomáticos haitianos

Por Florencia Pagni y Fernando Cesaretti

“Los pequeños países deben ser respetados mas escrupulosamente por ser pequeños. Para que el derecho sea un imperativo moral y no de fuerza. “
Jean Brierre


El asilo diplomático, una peculiaridad latinoamericana
El asilo diplomático es casi una peculiaridad de los estados latinoamericanos, dado que en otras latitudes se lo ha aplicado ocasionalmente. El asilo diplomático es aquel que se concede en la sede de las legaciones y en naves de guerra estacionadas en puertos extranjeros a perseguidos políticos cuya vida o libertad se haya en inminente peligro. Algunos países sin reconocer esta institución han otorgado no obstante, refugio temporal a individuos por motivos políticos. No es procedente de acuerdo a derecho conceder asilo en tiempos normales a los inculpados de delitos comunes.
La misión diplomática que ha concedido asilo debe informar de ello al gobierno local y solicitarle salvoconducto para que el refugiado abandone el país. El gobierno local debe otorgar el salvoconducto, a menos que considere que el asilo no es procedente en el caso que en particular se trate, ya sea porque el asilado es culpable de delitos comunes o por otra razón.
El Derecho de Asilo Diplomático latinoamericano fue siendo normado en virtud de los tratados que las jóvenes naciones fueron firmando entre finales del siglo XIX y mediados del XX.
Así el Tratado de Derecho Penal Internacional, suscrito en Montevideo en 1889; en su artículo 17 reconoce el derecho de conceder asilo en legaciones o buques de guerra, surtos en aguas territoriales de otros estados contratantes, a los perseguidos por delitos políticos.
En 1928 la Convención de La Habana reglamentó la práctica del asilo diplomático reconociendo nuevamente el derecho de otorgar asilo a perseguidos políticos. No obstante esa Convención nada normó en referencia a la calificación de la figura de asilado, lo que ha sido materia de frecuentes controversias entre los estados asilantes y los estados territoriales, pese a que un lustro después la Convención de Montevideo, introduce una pequeña innovación, la que afirma que la calificación del carácter político o no, de los móviles que llevan a un individuo a buscar refugio corresponde al estado que presta el asilo. Pese a esto, la nebulosa jurídica continúa por esos años.
Consecuencia directa de esta imprecisión fue la larga controversia entre Perú y Colombia en relación al caso del líder aprista Víctor Raúl Haya de La Torre, que tras el triunfante cuartelazo del general Manuel Odría en 1948, se asiló en la embajada colombiana en Lima, en cuyo edificio debió permanecer seis años. Recién en 1954 pudo salir del país rumbo al exilio, en este caso al siempre acogedor México heredero de la impronta libérrima del general Lázaro Cárdenas, ese Tata hijo de la chingada que abrió generosamente las puertas de su país a un variopinto escenario de refugiados, desde un notorio Trotski a miles de anónimos republicanos españoles.
Fue precisamente en 1954 cuando la Convención de Caracas actualizó los puntos esenciales del derecho de asilo, reafirmando la facultad del estado asilante de calificar la naturaleza política o común del delito, otorgando a ese estado la facultad para apreciar la situación de urgencia que es condición para la concesión de asilo. Esta Convención que está ratificada por casi todos los Estados Latinoamericanos, dispone en su artículo 1° que el asilo diplomático podrá ser otorgado en legaciones, naves de guerra y campamentos o aeronaves militares.

Un poeta de la negritud
1954 es también el año en que llega a la Argentina acreditado como embajador de Haití, Jean-Francoise Brierre. Nacido en 1909, este hombre a horcajadas entre la juventud y la madurez, es ya un veterano de múltiples combates donde la literatura ha sido el arma para denunciar el constante atropello del imperialismo yanqui a su pequeño país.
Seis años de edad tan solo cuenta Brierre cuando los Estados Unidos inician una ocupación que durará casi dos décadas. Largo tiempo en que ese niño se hará adulto, sufriendo las consecuencias como negro de la importación por parte del ocupante, de los modos racistas del Profundo Sur.
Una consecuencia de la larga intervención estadounidense es el abrir entre los jóvenes intelectuales haitianos (grupo naturalmente minoritario en relación al total de la población pero muy dinámico e influyente) un debate sobre la identidad nacional. Penetra en ellos una fuerte ola de africanismo que hace que hacia la década de 1930 se imponga la novela y la poesía del negrismo, fenómeno que se hace carne en toda la literatura caribeña, especialmente en Cuba con autores de la envergadura, por ejemplo, de Nicolás Guillén.
El negrismo (o negritud) como concepto se nutre de la influencia del marxismo, el psicoanálisis, los movimientos literarios de vanguardia y de la necesidad de cuestionar las convenciones y prejuicios sociales. Su propósito es recuperar la dignidad del negro como individuo sometido durante siglos a la discriminación y el desprecio por su supuesta inferioridad; reivindicar la herencia africana en la cultura y vida cotidiana occidental; exaltar la relación del mundo negro con la naturaleza y afirmar su mayor sentido del ritmo.
El negrismo ha nacido en el lugar “natural” del exilio cultural de esos intelectuales africanos y caribeños: París. Su referente es el poeta senegalés Léopold Senghor. Este será un guía para el joven Brierre, por esos años en que como agregado subalterno a la modesta estructura de representación exterior haitiana, alterna los ambientes bohemios parisinos y neoyorquinos. La relación entre ellos se mantendrá solidaria e inalterable a lo largo del tiempo. Así cuando en la década de 1960, Brierre tras pasar un tiempo en las cárceles del dictador haitiano Francois Duvalier, el temible Papa Doc, es expulsado de su patria, encuentra la generosa acogida de su amigo Senghor, por entonces presidente de Senegal y ya considerado como el más importante intelectual africano que ha dado el siglo.
Jean Brierre expresa en su poesía la amargura y la esperanza. Sus versos denuncian la opresión de su patria y de su raza. Y también recupera la simbiosis entre su patria y África. Su patria que ha sido no solo la primera república latinoamericana sino también la primera republica negra del mundo en un mundo donde la esclavitud era aun un hecho omnipresente. Y que vio surgir azorado y escandalizado a esa “insolencia independentista” construida por quienes estaban destinados “naturalmente” a llevar cadenas. Brierre vuelve entonces la mirada a su África dolorosa y maternal, como una manera de encontrar en ella a su propio Haití, igualmente doloroso y maternal.
Ese Haití, el país más pobre del continente, a quien el destino le lleva a representar diplomáticamente en el país más rico de Sudamérica. País cuya capital –poderoso faro cultural- le promete una estadía, a el y a su esposa, tranquila y reposada. Y así vivirá en Buenos Aires el matrimonio Brierre la vida muelle propia del mundo de las representaciones extranjeras destacadas en una nación amiga, hasta que en el gélido mes de junio de su segundo año como embajador, las circunstancias alejarán para siempre toda esa vana fruslería protocolar.

Operación Masacre
Comenzado a última hora del sábado 9 de junio de 1956, el movimiento militar que contra el gobierno de facto presidido por el general Pedro Aramburu encabezó un antiguo amigo y compañero de promoción de este, el general Juan José Valle, fue neutralizado y reducido en poco tiempo. A media mañana del día 10 se rendía el último foco rebelde en Santa Rosa. Por entonces, fracasados los intentos de copamiento de unidades militares y/o emisoras de radio en Buenos Aires, La Plata, Campo de Mayo y Rosario, la insurrección está definitivamente vencida, demostrando en su rápido fracaso, tanto su falta de preparación y cohesión, como el grado de infiltración previa por parte de los servicios de inteligencia del gobierno faccioso.
Este episodio podría haber pasado a la historia como uno más de los tantos pronunciamientos y “fragotes” del ciclo que se inicia en 1930. Sin embargo, la forma brutal en que fue aplastado le dio una entidad distinta. Por primera vez en la Argentina moderna, un gobierno ejecutó a algunos de los participantes (reales o supuestos) de un conato de rebelión. Durante los tres días que siguen al comienzo de la “revolución de Valle”, son fusilados dieciocho militares y nueve civiles. Tal vez este derramamiento de sangre injustificable encuentre explicación en el temor del gobierno de facto a que el levantamiento degenerase en guerra civil.
En esencia a la conspiración que encabezó el general Valle secundado por el general Raúl Tanco, se le puede categorizar como un movimiento que obedeció a una lógica interna militar. En primer lugar fue retroalimentado por el descontento de muchos oficiales y suboficiales que habían sido retirados en la purga que siguió a la destitución de Perón primero, y de Lonardi después. Tan solo luego acudió en su constitución (aunque determinante en su ejecución y en la mística que generó con posterioridad a su derrota), el clima de resistencia generalizada en los sectores proletarios de la población a algunas medidas regresivas en materia económica y social adoptadas por el faccioso gobierno provisional con claro sentido de revancha clasista para con los simpatizantes del régimen populista depuesto. Fue en este contexto de intranquilidad donde los responsables castrenses de la insurrección lograron (en contraprestación a las muchas deserciones de último momento de oficiales previamente comprometidos), el apoyo de civiles peronistas.
A pesar de esa simpatía activa de los partidarios del justicialismo que transformaba al golpe en un movimiento cívico militar de indudable raigambre popular, los jefes militares del mismo esperaron en vano la aprobación de Perón. El ex presidente por entonces exilado en Panamá, fue sumamente duro con los alzados. Resentido aún por la actuación de la Junta de Generales (de la que fueron integrantes Valle y Tanco), que había operado como transición en su salida del poder en setiembre de 1955, le escribió el 10 de junio a su delegado personal John William Cooke: “-si yo no me hubiera dado cuenta de la traición y hubiera permanecido en Buenos Aires, ellos mismos me habrían asesinado, aunque solo fuera para hacer mérito con los vencedores”. Aunque con posterioridad el imaginario peronista ubicó a Valle y a los otros oficiales alzados en junio de 1956 como figuras destacadas del martirologio del movimiento popular, lo cierto es que en el momento de los hechos, estos clamaron en vano el nombre de un líder que sin reciprocidad se comportó en la contingencia con la misma hostil indiferencia con la que un siglo antes actuó Urquiza en relación a los alzamientos que en el poniente argentino efectuaban esperanzados en el caudillo entrerriano, Peñaloza o Varela.
Ese componente plebeyo altamente presente no solo en los protagonistas civiles sino en el importante número de suboficiales sublevados, tal vez también sea una clave para comprender la crudeza y el grado tal de represión aplicado por parte del gobierno de facto, al punto que la ley marcial solo fue suspendida el 12 de junio luego de ser detenido y fusilado al general Valle, jefe del levantamiento. Sin embargo los sectores más duros del régimen entendían que igual suerte debía correr el otro general complotado, Raúl Tanco. El problema era capturarlo…

Un chalet en Vicente López
Eso es físicamente la embajada de Haití en ese tiempo de convulsiones. Una confortable edificación de alargado muro frontal tras el cual se extiende un amplio parque, situada en el bucólico paisaje de los privilegiados suburbios septentrionales allendes a la capital argentina. Dato no menor por los hechos que van a sobrevenir es que cuenta con una construcción anexa utilizada como garaje, con varias habitaciones en la planta alta. La tranquilidad del barrio es solo alterada por el estruendoso paso de los coches de una línea de colectivos que sirve para espabilar periódicamente al agente policial de facción ubicado permanentemente frente a la embajada…y también para que uno de esos coches en los hechos que van a sobrevenir juegue con su oportuna aparición en escena, un papel providencial.
A media tarde del lunes 11 de junio golpean a la puerta del chalet dos hombres. Se trata del teniente coronel Alfredo Salinas y del gremialista Efraín García, ambos participantes de la frustrada rebelión que llegan a la legación haitiana buscando asilo. Este les es concedido sin objeción alguna por el embajador Brierre. Los familiares de los refugiados enteran a otros de la generosa disposición encontrada y en las horas siguientes acuden a pedir asilo los coroneles Ricardo González y Agustín Digier, el capitán Néstor Bruno y el suboficial Andrés López. Se les aloja en las habitaciones del anexo situadas arriba del garaje.
Al día siguiente Brierre se traslada a la Cancillería a informar formalmente el otorgamiento de asilo a los refugiados en la embajada. En la madrugada del jueves 14 aparece por la sede diplomática otro perseguido en busca de amparo. Se trata del general Raúl Tanco, quien llega muy cansado y ganado por una sombría depresión luego de sortear casi de milagro el ser capturado por la parafernalia de fuerzas que el gobierno dispuso para encontrarlo.
Tanco será el último que traspase la reja a la libertad de la embajada, pues inmediatamente esta será rodeada por fuerzas policiales que impiden el paso por la cercanía a los viandantes. Sin embargo la custodia en si de la sede diplomática desaparece pese a los reclamos infructuosos de Brierre a la Cancillería. El embajador está alarmado por los continuos llamados telefónicos anónimos que preguntan a lo largo de ese día por “el hijo de puta de Tanco”.
Anochece la jornada del 14 de junio cuando Brierre abandona la embajada con la finalidad de agregar en Cancillería el nombre de Tanco a la lista de asilados. Estos, alojados en el anexo, se sienten a resguardo de cualquier peligro ya que esa casa de Vicente López de acuerdo al derecho internacional es territorio extranjero, con mayor precisión: territorio soberano de la República de Haití donde no puede alcanzarlos la represión que impera en la República Argentina.
Se equivocan. A poco de abandonar Brierre la residencia, dos vehículos se estacionan frente a esta, descendiendo de los mismos una veintena de hombres fuertemente armados. Quien comanda el grupo es el general Domingo Quaranta, jefe del temible Servicio de Informaciones del Estado (SIDE), que tras ordenar el retiro del retén policial, penetra violentamente en la sede diplomática, sacando por la fuerza del anexo de la misma a los siete asilados.
Estos son obligados a ubicarse a lo largo de la verja exterior. El grupo asaltante se posiciona frente a ellos preparando sus armas. La intención es fusilarlos allí mismo. Pero en ese instante aparece corriendo desde el interior de la casa, Therese Brierre, esposa del embajador. Ante la inminencia de lo que se va a perpetrar, la señora Brierre comienza a dar gritos desesperados. El general Quaranta la aparta bruscamente mientras le vomita el insulto natural a su lógica racista y sexista: “-callate negra hija de puta”. Ante el escándalo un grupo de vecinos se acerca y forma corrillos en el lugar. El jefe de la Side toma entonces una decisión. Parte de su grupo se queda conteniendo al vecindario mientras que el resto parte con los prisioneros hasta la esquina, para allí, sin testigos inoportunos consumar la matanza. En ese menester están cuando aparece providencial, un colectivo que se detiene para bajar pasajeros. Ante esta nueva intromisión a sus planes, Quaranta decide cargar a los secuestrados en el mismo colectivo y llevarlos a otro lugar donde poder impune y “legalmente” perpetrar el asesinato de los mismos.
Ese lugar es un cuartel ubicado en la Capital Federal. Allí los prisioneros son identificados y despojados de sus efectos personales. La muerte les ronda tan de cerca que en uno de los sobres donde se depositan esos efectos puede leerse: “pertenencias de quien en vida fuera el general Tanco”. Ante tan tétrica evidencia, este y sus compañeros de infortunio se van resignando a sumarse a la lista de fusilados.
Pero quien no se resigna es la señora Brierre que por vía telefónica denuncia inmediatamente el hecho a las agencias internacionales de noticias y se comunica con el ministerio de asuntos exteriores haitiano solicitando su intervención. Poco después llega a la embajada Jean Brierre, que tras ser puesto al corriente del atropello, retoma sobre sus pasos y se dirige nuevamente a la Cancillería, donde es recibido por un subsecretario, burócrata menor a quien le exige la búsqueda y devolución de los secuestrados. Oficialmente el gobierno de Aramburu afirma no tener nada que ver con el episodio, prometiendo “investigarlo”. Pero Brierre no se conforma con esa promesa. Protesta con vehemencia, interesando al mismo tiempo en el asunto a la embajada de Estados Unidos. Solo entonces el gobierno faccioso de Aramburu asume el escándalo internacional al que su torpeza y su sed de venganza para con los vencidos, está dando lugar.
Cerca de esa gélida medianoche, los prisioneros que desde su traslado hace horas al cuartel, esperan en la intemperie del patio de armas el momento de su fusilamiento (ahora si a punto de concretarse tras ser dos veces postergado en esa jornada), son llevados a una oficina, donde el alma les vuelve al cuerpo al ver aparecer al embajador Jean Brierre acompañado de dos burócratas argentinos: el subsecretario de Relaciones Exteriores y el jefe de Ceremonial del Estado, que con hipócrita solemnidad le “devuelven” a aquel sus asilados. Uno de estos le comenta a Brierre que les han hecho firmar bajo coacción declaraciones, lo cual está vedado por el derecho internacional. Brierre manifiesta que hay que romper las mismas. Los burócratas se oponen hasta que la firmeza y decisión que denota la voz del haitiano impone su destrucción.
Minutos después en dos automóviles iluminados en la tenebrosa noche de una Argentina dividida por la refulgente luz grana y azul de la bandera haitiana, hacinados a tal punto que alguno de ellos viaja literalmente en las rodillas del embajador[1], siete argentinos salen de la muerte y vuelven a entrar en la vida.

¿Un embajador al servicio del Tirano Prófugo?
Jean-Francois Brierre no tuvo reconocimiento alguno en su momento por parte de las fuerzas políticas no peronistas por haber salvado a esos siete argentinos. Por el contrario, su valiente gesto le valió que apenas poco más de un mes después debiera ser "rescatado" por el Ministerio de Asuntos Exteriores haitiano, dándole un nuevo destino diplomático alejado de la cada vez más hostil Buenos Aires.
Debemos entender el clima de odio que dividía irreconciliablemente a la sociedad argentina, y que había llegado a su crescendo en esos días. El domingo 12 de junio, cuando la asonada militar estaba definitiva y absolutamente derrotada, una multitud se reunió en la Plaza de Mayo para brindar apoyo al gobierno provisional. Entusiasmados por el rotundo fracaso del alzamiento peronista, coreaban consignas que lejos de expresar piedad para con los vencidos, pedían lisa y llanamente la eliminación física de los mismos. Este clima fue editorializado tres días después por el dirigente socialista Américo Ghioldi en el órgano partidario con una frase que se haría célebre: -"se acabó la leche de la clemencia...ahora ya saben que la letra con sangre entra".
Ghioldi, en definitiva no era más que el circunstancial vocero de un antiperonismo visceral que permeaba con mayor o menor grado a vastas capas de la sociedad argentina. El partido al que pertenecía tenía un encono especial con el régimen depuesto, toda vez que aquel lo había desplazado del rol sociopolítico que entendía hegemónico en relación al liderazgo de la clase trabajadora. Los líderes socialistas habían visto con impotencia como Perón desde 1945 les "robaba" a las masas proletarias, que por cierto no estaban constituidas por un actor ideal de blusa azul y alba moralina juanbejustiana, sino por actores reales que preferían las conquistas tangibles de ese populismo demagógico y corrupto, a las teóricas y virtuosas leyes de los legisladores socialistas, leyes por otra parte que en las décadas anteriores nunca terminaban de tener aplicabilidad efectiva. Todo esto es esencial para entender el porque fue que tras la fracasada asonada, en la prensa escrita, el más virulento y draconiano antiperonismo se expresó a través de "La Vanguardia", vocero del Partido Socialista, antes que por los órganos naturales de los sectores conservadores. Esa consecuente y eficazmente machacona prédica de intolerancia tuvo en esos días en la figura del embajador Brierre a una preferente víctima propiciatoria.
Así entre el 16 y el 21 de junio de 1956, en referencia al atropello sufrido por la soberanía haitiana en su embajada en Argentina, "La Vanguardia" tras congratularse cínicamente por la devolución de los asilados secuestrados, hecho este que atribuye exclusivamente a la "generosidad" del gobierno provisional argentino, pasa luego a justificar el violento secuestro de esos asilados efectuado por las fuerzas militares con el pueril argumento de que éstas desconocían el lugar donde actuaban, es decir “sin saber que el edificio era la residencia del embajador de Haití”. Más adelante sumaba otros justificativos, todos ellos absolutamente insostenibles, a saber: 1) que la residencia del embajador “no tenía signo exterior que lo identificara como una sede que goza de los derechos de extraterritorialidad”; 2) que a dicha residencia el embajador “se había mudado hacía pocos días”; 3) que los servicios de seguridad que irrumpieron en la casa “ignoraban quiénes vivían en el local”; y 4) que pese a todo ello, el gobierno hizo entrega de los detenidos al diplomático haitiano, incluyendo el general Tanco, “a quien seguramente le correspondía la aplicación de la pena de muerte”(textual).
Indignado, Brierre mandó una nota refutando las afirmaciones del diario, que este recién publicó en un recuadro en páginas interiores el día 5 de julio. El embajador rebatía los infundios de "La Vanguardia", pormenorizando que se hallaba viviendo en esa residencia no desde hacía unos días sino desde varios meses, que la misma tenía visibles en su frente el escudo y la bandera de Haití, por lo cual consideraba imposible "que los asaltantes que invadieron mi casa fuertemente armados para cumplir su vandálico acto pudiesen ignorar" que estaban violando una sede diplomática.
Ante esto el vocero socialista publicó una serie de contra réplicas. Ya no hacía mención al hecho del secuestro de los asilados dado que su versión era insostenible, tal lo había demostrado el embajador y el mínimo sentido común. El ataque pasaba ahora por convertir a Brierre...en peronista. Así en inmediata respuesta a la nota del embajador, con indignación se señala que este "es un conspicuo admirador de Juan Domingo Perón y de Eva Perón". Que el chalet donde funciona la embajada se lo había arrendado a “ un peronista prófugo en la actualidad, hombre que ha andado en negocios con los primates (SIC) del peronismo". "La Vanguardia" también sugiere -sin fundamentar su acusación -complicidad previa de los sublevados con el embajador.
Luego el ataque adquiere un tinte racista apenas disimulado al señalar que en esos días se ausentaban del país hacia "climas cálidos acordes a su organismo" la esposa y un hijo de Brierre, a quienes "no les sienta bien nuestra ciudad".
Ya en el borde de la injuria al anunciarse finalmente también la partida del diplomático haitiano, el vocero socialista expresaba que "queremos agregar que a los argentinos libres no les sienta bien la presencia del embajador Brierre, cuyas actividades y juicios peronistas hemos puntualizado en un comentario reciente. De modo pues que todos saldremos ganando con el viaje del embajador".
La fulminante campaña de "peronización de Brierre" por parte del diario socialista culmina exitosamente cuando este el 19 de julio de 1956 abandona definitivamente suelo argentino.

El legado de los Brierre
. El regreso de Jean-Francoise Brierre a su país preanunció para el y su familia un futuro incierto. Como tantos otros intelectuales y políticos haitianos sufrió a partir de 1957 la persecución y el encarcelamiento por parte del nuevo hombre fuerte de su atribulada tierra, Francois Duvalier. A principios de los sesenta fue expulsado al exilio. Este como ya expresáramos, adoptó la forma -gracias a una generosa invitación de su amigo Léopold Senghor- de un fecundo cuarto de siglo de residencia senegalesa. Allí Brierre continúa con su labor literaria, dando a luz en este período algunas de sus mejores obras. Senegal impuso en mérito a su labor cultural en 1998 el premio “Jean Brierre de Poesie”, destinado a fomentar las inquietudes de jóvenes valores en África y América.
En 1986 con el peso de los años a cuestas y la nostalgia por su patria, Jean Brierre retorna a Haití donde fallece en plena transición de la dictadura a la democracia, a fines de 1992. La muerte le impidió ver a su país encauzado en un rumbo por el que había luchado toda su vida.
En la Argentina había sido casi olvidado hasta que en 1964 el historiador revisionista Salvador Ferla rescató el protagonismo que tuviera con su esposa en los hechos de junio de 1956, dedicándoles varios parágrafos de su libro Mártires y Verdugos. Sin embargo Ferla, más allá de lo encomiable de su intención, muestra la actuación del matrimonio Brierre bajo una óptica paternalista y un apenas disimulado racismo. Así en su relato Brierre es “un negro que tiene alma, nobleza, bondad…Acaso para castigar la soberbia racial de algunos blancos Dios produce casos como este”, y en el epílogo del episodio es “el negro (que) los saca (a los prisioneros) del infierno blanco”. De las condiciones y antecedentes intelectuales de Brierre, no dice una palabra. La señora del embajador es “una mujer de color” y finalmente una “!negra linda y virtuosa!”, definición que en algún modo recuerda, aunque en sentido contrario, el insulto brutal pero menos hipócrita que un asesino como Domingo Quaranta le espetó a Therese Brierre. Este al gritarle: “-callate, negra hija de puta”, mostró sin cortapisas un discurso racista (y machista) común a la sociedad argentina de esa época. En esa misma sintonía opera una fabulación construida al calor del “luche y vuelve” por Rodolfo Walsh a principios de la década del 70, cuando pone en boca de Brierre, sin citar fuente ni circunstancia la siguiente definición: “nosotros como descendientes de esclavos no podemos ser otra cosa que peronistas“. Frase muy encomiable desde el punto de vista de la épica política, pero evidentemente apócrifa. Y que como vimos, ya en sentido contrario al laudatorio que le daba Walsh, lo había intentado imponer "La Vanguardia" en el momento de ocurrencia de los hechos.
Tarde llegó el homenaje del pueblo argentino a Jean-Francoise Brierre. Recién en el año 2004, en el bicentenario de la independencia de la primera republica latinoamericana, de la primera república negra del mundo, el Congreso Nacional, la Cancillería y la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires recordaron con sendas placas su nombre. Resonó entonces en esos recintos, como una voz espectral surgida de lo más recóndito de la razón y la justicia el argumento esgrimido en 1956 por el embajador ante el gobierno dictatorial argentino: “No porque Haití sea una nación pequeña va a permitir semejante atropello. Por el contrario, los pequeños países deben ser respetados escrupulosamente porque son pequeños, para que el derecho sea un imperativo moral y no de fuerza.”
Jean y Therese Brierre[2] demostraron a todos los argentinos con la ejemplar conducta mantenida en una época lamentable de nuestra historia, que los derechos humanos no se actúan, se ejercen.





Florencia Pagni y Fernando Cesaretti.
Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario
grupo_efefe@yahoo.com.ar



BIBLIOGRAFIA
FERLA, Salvador. Mártires y verdugos, Ediciones Revelación, Bs. As., 1964.
PAGE, Joseph A. Perón, Ed. Javier Vergara, Bs. As., 1984.
PANELLA, Claudio. Los socialistas y la Revolución Libertadora. "La Vanguardia" y los fusilamientos de junio de 1956, en Anuario del Instituto de Historia Argentina Nº 7, Bs. As., 2008.
PERON-COOKE. Correspondencia, Bs. As., 1973.
POTASH, Robert A. El ejército y la política en la Argentina (II), Ed. Hyspamerica, Bs. As., 1986.
ROUQUIE, Alain. Poder militar y sociedad política en la Argentina (II), Ed. Hyspamerica, Bs. As., 1986.
WALSH, Rodolfo. Operación Masacre, Ediciones de la Flor, Bs. As., 1972.



[1] Testimonio del suboficial Andrés López.
[2] Lamentablemente los autores de este trabajo no hemos podidos obtener mayores datos biográficos sobre Therese Brierre.

lunes, octubre 05, 2009

La visibilidad dada por la prensa a las huelgas de la clase obrera rosarina ocurridas en 1928


Un análisis del rol desempeñado por Ricardo Caballero como Jefe Político de Rosario, mediando entre los actores sociales involucrados en el conflicto. Su denuncia a la desmedida visualización del mismo como una operación política de los grandes diarios opositores.

Un cartel había, muy de mi gusto, que representaba a un hombre de boina blanca, enérgicamente proyectado hacia delante, en actitud de ofrecer a los transeúntes una boleta con las entonces para mi enigmáticas siglas “U.C.R.”
W. G. Wéyland.

Solamente a un niño de corta edad (como etariamente se asume en sus recuerdos el autor de la frase arriba citada) debía parecerle enigmática en la década de 1920 la sigla “U.C.R.” En ese tiempo, la Unión Cívica Radical formaba parte casi como un fenómeno naturalmente dado, de la conversación general de la sociedad argentina.
En el espacio geográfico santafecino desde el temprano 1912 el juego político se organiza sobre la base de la centralidad del radicalismo como partido de gobierno, con características de bando predominante y con una alta conflictividad interna que reproduce y multiplica las luchas entre facciones que se dan en la U.C.R. en el ámbito nacional El radicalismo detenta en la provincia una clara situación de predominio político, ni siquiera amenazado por sus recurrentes crisis internas. Su imbatible y permanente mayoría electoral demuestra la imposibilidad que tienen las otras fuerzas políticas de revertir la situación privilegiada del Partido Radical.
Así la Democracia Progresista, la otra fuerza política de envergadura en la provincia (con un peso más marcado en el sur), aparece como un partido de permanente perfil opositor antes que un competidor con alguna posibilidad de llegar por vía electoral a ser gobierno. Lo cual trae aparejado una delimitación más acentuada del perfil del votante demoprogresista, tanto en lo social como en lo ideológico, y también en lo geográfico, dato este último no menor, dada la construida rivalidad entre viejas y nuevas élites, asentadas respectivamente en la ciudad de Santa Fe y en Rosario.
La hegemonía política del radicalismo define un escenario electoral santafecino con un grado de certidumbre relativamente alto, no afectado entonces por la competencia entre partidos sino por la conflictividad y las permanentes divisiones del partido de gobierno. La faccionalidad expresada en distintas líneas que van y vienen más allá o más acá de la división entre personalistas y antipersonalistas, no es un mero fenómeno local sino también nacional, donde los variados y cambiantes posicionamientos de los distintos actores individuales y los circunstanciales intereses que representan, tornan harto dificultoso el surgimiento de un discurso radical unívoco.
Sin embargo cierto imaginario discursivo común subyace, en especial en el radicalismo antipersonalista de fines de la década del veinte, como eco revivido de los “veinticinco años seculares” de lucha y abstención, ese cuarto de siglo comprendido entre la fundación de la U.C.R. en 1891 y su acceso al gobierno nacional en 1916. Un período en el que se fue conformando cierto modo de ser simbólico del radicalismo, ese conglomerado inicial de católicos y masones, militares y clérigos, autonomistas y nacionalistas, seguidores de Bernardo de Irigoyen y de Délfor del Valle, del depresivo y dipsómano tribuno de la plebe Leandro Alem o de su introvertido y astuto sobrino Hipólito Yrigoyen. Es esa una amplia heterogeneidad que solo se constituye en identidad por oposición. Con un discurso unificante a partir de la alteridad, de la visión del otro. Un discurso que articula binariamente la vigencia de “la Causa” contra “el Régimen”. Aunque en 1928 “el Régimen”, entendiendo por tal a los gobiernos conservadores, haya sido desalojado doce años antes por democrática vía electoral de la administración del Estado, ese imaginario radical continúa vigente en su alteridad negativa.
Este discurso se acrecienta a partir del “Plebiscito”, el abrumador triunfo electoral que en proporción de dos a uno en abril de 1928 posibilita a Hipólito Yrigoyen acceder por segunda vez a la Presidencia de la Nación. En los meses que median entre la elección y la asunción (en octubre), se potencia en la conversación general de amplios sectores la mística de “la Causa”. Vuelve el “verdadero” radicalismo con una misión regeneradora de la sociedad argentina. Su enemigo sigue siendo el de siempre: “el Régimen”. Tras esta denominación se hallan los antiguos sectores del privilegio, que se expresan políticamente no solo ya a través de las fuerzas conservadoras en constante retroceso por los recurrentes reveses electorales que vienen sufriendo desde la puesta en práctica de la Ley Sáenz Peña, sino fundamentalmente por medio de los grandes diarios.
Expuesto este cuadro de situación, nuestro trabajo se centra en investigar el rol jugado por la prensa en los conflictos sociales ocurridos en la ciudad de Rosario a mediados de 1928. A partir de este recorte témporo espacial, analizaremos la entidad intrínseca del conflicto en sí, y su mediación ante la opinión pública a partir de la información que sobre el mismo brindan los distintos órganos periodísticos. Las resignificaciones, mistificaciones, las tendencias y los silencios. Los usos y los fines de la información

“Mi nombre no ha de servir como bandera de luchas sociales”
Esta declaración cierra un Informe elevado al Ministro de Gobierno de la Provincia de Santa Fe el 11 de diciembre de 1928.
El Informe en sí es un curioso y versátil documento. A lo largo de sus páginas su autor eleva su renuncia a un cargo, desarrolla una crónica de los hechos que culminan en esa renuncia, denuncia los manejos de quienes considera culpables de su renuncia y enuncia su posición política e ideológica a partir de esos hechos y más allá de los mismos.
El autor del Informe es Ricardo Caballero. El cargo al que renuncia es al de Jefe Político del departamento Rosario, función que viene cumpliendo desde el mes de abril de 1928.
Caballero no es un recién llegado a la escena política, social y profesional de la ciudad de Rosario. Nacido medio siglo antes en Ballesteros, provincia de Córdoba, tras cursar estudios secundarios en Paraná y universitarios en la Docta, se ha establecido en los albores del nuevo siglo en la ciudad de Rosario, donde ejercerá su profesión de médico y desarrollará su militancia política.
En el orden estrictamente profesional tendrá destacada actuación en el campo de la docencia superior. Profesor a partir de 1920 en la flamante Facultad de Medicina de la Universidad del Litoral, es el fundador de Biblioteca de Medicina Clásica de esa casa de estudios, donde en 1929 creará la Cátedra de Historia de la Medicina y de las Doctrinas Médicas, cuya titularidad detentará hasta su jubilación en 1955. Dejó entonces como ultimo nexo afectivo con la Facultad que ayudó a crear y consolidar, el legado a la misma de su amplia biblioteca profesional.
Más allá de estos oropeles universitarios, es en el campo político donde se destaca Caballero. Militante radical desde joven, apenas radicado en Rosario tiene destacada actuación en esa ciudad en el levantamiento cívico-militar de 1905. Su base de sustentación –su tropa propia- la recluta Caballero en los sectores populares urbanos fronterizos al lumpenaje y la marginalidad, no hallando contradicción entre su indudable prestigio profesional e intelectual y el modo clientelar de proselitismo que practica.
En 1912 es electo Vicegobernador al triunfar el binomio radical que integra acompañando a Manuel Menchaca en comicios que por primera vez en el país se realizan bajo la Ley Sáenz Peña. Caballero tendría que haber sido el candidato a Gobernador, pero su disputa interna con el otro referente del radicalismo santafecino, Rodolfo Lehmann, lo relegó por orden de Yrigoyen al segundo término de la fórmula. Finalizada su gestión, será Diputado Nacional entre 1916 y 1919, y desde ese año y hasta 1928, Senador Nacional.
En esos tiempos Ricardo Caballero milita críticamente en el sector personalista del radicalismo, sector que desde principios de 1928 ha retomado el control del gobierno provincial, al triunfar la fórmula encabezada por Pedro Gómez Cello, tras dos períodos de predominio antipersonalista expresado en los gobiernos provinciales de Enrique Mosca (1920-24) y en especial, Ricardo Aldao (1924-28). Mantiene (entonces) una estrecha relación con el Presidente electo, Hipólito Yrigoyen, relación que en lo personal superará avatares y distanciamientos políticos. Tras la defenestración del gobierno constitucional en setiembre de 1930, Caballero apoyará la candidatura del general Justo a la presidencia, y será uno de los fundadores de la Unión Cívica Radical de Santa Fe, de carácter decididamente antipersonalista. Por esa agrupación será Senador Nacional entre 1937 y 1943.
Alejado de la política activa en los años del primer peronismo, este le respetará sus cargos universitarios. Caballero será uno de los pocos profesores del “antiguo régimen” que sobrevivirá sin grandes traumas a la emergencia de la Nueva Argentina. Fiel a su ideario radical, no tendrá nunca un acercamiento -siquiera de forma oblicua o soslayada- a la figura de Perón, aunque tampoco expresará críticas demasiado vehementes a la actuación de este.
Defensor de un criollismo idealizado en los tiempos de su niñez rural cordobesa, donde los cambios vertiginosos ocurridos con motivo de la incorporación de la región a los presupuestos del Modelo Agro Exportador dejaban de lado con rapidez antiguas formas de sociabilidad patriarcal, Caballero fue un apasionado adherente de esas tradiciones. Consecuente con esa construcción del pasado, creó en Rosario en la década de 1930 el Centro Argentinista Juan Manuel de Rosas, el que llegó a contar con una treintena de filiales en todo el país. Su casa-quinta ubicada en los suburbios meridionales rosarinos en cercanías de la estación Hume del Ferrocarril Central Córdoba, constituyó por esos años un centro de reunión donde -ha medida que su dueño envejecía y se apartaba de las luchas partidarias- se fomentaba casi exclusivamente la difusión de ese telurismo en sus formas musical, danzante y narrativa. Allí falleció casi nonagenario en 1963. Hacía mucho tiempo que su protagonismo político había terminado.
Hipólito Yrigoyen junto a Ricardo Caballero

“A los hombres del radicalismo, en cualquier fracción que militen en estos momentos”
Pero volvamos a un tiempo en que si tenía protagonismo político. A los días en que Hipólito Yrigoyen ha ganado por un margen de dos a uno, las elecciones –“el “Plebiscito”- que le permitirán acceder a un segundo mandato presidencial. Estamos en el mes de abril de 1928, cuando cumplido su mandato como Senador Nacional por Santa Fe, Ricardo Caballero se hace cargo de la Jefatura Política del Rosario, en un clima -tal cual lo señala en su Informe- “agravado por circunstancias de ambiente”.
Comandar la Jefatura Política del Rosario de Santa Fe en los años veinte, implica no solo tener el mando de las fuerzas policiales de la ciudad, sino al mismo tiempo ejercer una influencia política solo nominalmente superada por el Gobernador. Frustrada la autonomía municipal que implementaba la malograda Constitución de 1921, la designación del Intendente Municipal siguió siendo potestad del Ejecutivo provincial, lo cual restaba al ejercicio del cargo entidad representativa. Representatividad que sí se expresaba en los integrantes del cuerpo legislativo. De allí la importancia que en el juego político local se daba al Concejo Deliberante. Mucho mayor por cierto que la del ocasional titular de la Intendencia, que si bien un mínimo decoro en el juego político imponía fuese un rosarino, era colocado en el cargo –y también defenestrado- por el Gobernador de la provincia.
La siguiente lista da cuenta de que en apenas poco más una década la máxima autoridad del Palacio de los Leones fue cambiada en dieciocho oportunidades:
1. Tobías Arribillaga 22/10/1918 al 01/10/1920
2. Natalio Ricardone 01/10/1920 al 05/11/1920
3. Fernando Schleisinger 05/11/1920 al 16/11/1920
4. Natalio Ricardone 16/11/1920 al 06/12/1920
5. Rafael Fernández Díaz 06/12/1920 al 31/12/1920
6. Fernando Schleisinger 31/12/1920 al 10/02/1921
7. Carlos Newell 10/02/1921 al 02/05/1921
8. Fernando Schleisinger 03/05/1921 al 08/07/1921
9. Cecilio Juanto 08/07/1921 al 07/10/1922
10. Alfredo Rouillón 07/10/1922 al 06/10/1923
11. Emilio Cardarelli 08/10/1923 al 31/03/1925
12. Manuel Pignetto 02/04/1925 al 01/04/1927
13. Antonio Reynares Solari 03/04/1927 al 03/09/1927
14. Isaías R. Coronado 04/09/1927 al 13/03/1928
15. Leónidas Loza 16/03/1928 al 15/05/1928
16. Ángel Enghel 15/05/1928 al 07/08/1928
17. Tobías Arribillaga 07/08/1928 al 24/02/1930
18. Víctor J. Vilela 24/02/1930 al 07/09/1930
La situación política provincial aparentaba mayor normalidad que la imperante en el escenario rosarino. Pero si bien constituye un dato no menor para el análisis el hecho de que la provincia de Santa Fe fue el único Estado argentino que no sufrió la intervención federal a los distintos Ejecutivos que se sucedieron en el gobierno desde 1912 (Menchaca, Lehmann, Cepeda, Mosca, Aldao y Gómez Cello), esa excepcional continuidad institucional no oculta el alto grado de violencia con que las distintas facciones del radicalismo dirimieron sus diferencias.Pedro Gómez Cello, gobernador radical personalista de la provincia de Santa Fe entre 1928 y 1930

La utilización de la policía como herramienta de coacción era parte “natural” de las prácticas políticas facciosas. Esa utilización se agudiza y exacerba con violencia inusitada en los tiempos electorales. En cada departamento, en especial los del interior provincial, el Jefe Político mediante la utilización intimidatoria de la fuerza policial a su cargo, se constituye gracias a este ejercicio institucional de la violencia sobre los opositores, en factor determinante del resultado del comicio. Tanto personalistas como antipersonalistas hacen en esos años uso de métodos coercitivos en mayor o menor grado, de acuerdo a las posibilidades y los límites que establecen las prácticas cívico-culturales de la cambiante geografía santafecina. El empleo de la fuerza pública para dirimir primacías electorales es considerado por estos actores (más allá de la fracción del radicalismo en que se encuadren) como parte de la lógica del juego político. A modo de ejemplo señalemos que el diario La Provincia en su edición del 14 de enero de 1925, reproduce el cínico candor del Jefe de Policía del norteño departamento de General Obligado, que sin el menor escrúpulo legalista declara que en Reconquista “hay que ganar, cueste lo que cueste, si por las buenas mejor y sino también”.
Sea por convicción o por conveniencia, la prensa en general, más allá de su variopinto calidoscopio posicional, denuncia recurrentemente esa utilización de la fuerza pública.
Sin embargo a mediados de 1928 esa misma prensa denunciará la NO utilización de la fuerza pública. Es que el conflicto, particularmente en la ciudad de Rosario, se ha dado no entre las distintas facciones del hegemónico partido gobernante por pedestres cuestiones de primacías electorales, sino que ha girado en torno a reivindicaciones del proletariado rosarino, que largamente contenidas hacen eclosión en ese invierno.
Caballero en su carácter de máxima autoridad de las fuerzas policiales destacadas en Rosario, es imputado de inacción por la prensa. Sin embargo no se inmuta por tales acusaciones pues hace una lectura de las mismas considerando que tales denuncias encubren más que un santo temor a la anarquía y a la amenaza de una “inminente revolución social” (amenaza que ninguno de los actores involucrados –incluida la prensa- cree seriamente que pueda ni remotamente concretarse), una operación de sobre dimensionamiento de un conflicto existente para golpear duramente al radicalismo en general y a la figura del Presidente electo en particular
De esa convicción dimana la apelación que hace en su Informe, para que otorguen veracidad a lo que el en el mismo afirma, “no seguramente a la conciencia de los comerciantes”, pero si a “las masas de trabajadores de la ciudad”, y fundamentalmente a quienes estima que son –más allá de su propia persona- los destinatarios últimos de ese ataque por elevación de los órganos de prensa, esos “hombres del radicalismo, en cualquier fracción que militen en estos momentos”.

“El radicalismo no quiere la división de la sociedad en clases”
Así entiende Ricardo Caballero la posición del radicalismo respecto a la cuestión de las clases sociales. Que es su propia posición. Caballero es un solidarista. “La solidaridad de todas las clases sobre la base del respeto a las ganancias lícitas del capital y al pago generoso del esfuerzo del trabajador” es para el un “concepto de alta política” que diferencia al radicalismo de los partidos “que han gobernado con criterio de privilegio a la República”.
Llega así este solidarista a la Jefatura Política del Rosario en un momento en que la zona portuaria ve el reavivamiento de un conflicto gremial que soterradamente se mantiene en latencia desde hace tiempo, con periódicos picos de violenta explosión.
El reclutamiento, selección y distribución de la mano de obra esta mediado en los puertos litorales por la ingerencia de la Asociación (o Sociedad) del Trabajo Libre. “Asociación de rompe-huelgas” califica con acierto Caballero a este organismo de la Liga Patriótica Argentina. No es esta adjetivación una mera posición de circunstancias sino una reafirmación de su pública postura adversa a la existencia de ese grupo de choque de la derecha nacionalista. En efecto, el 25 de mayo de 1919 el Senador Nacional Ricardo Caballero es uno de los pocos políticos locales que no integra la Comisión Fundadora de la Filial Rosario de la Liga Patriótica Argentina. Sí lo hicieron figuras tan prominentes como el demócrata progresista Lisandro de La Torre, los antipersonalistas Juan Cepeda y Jorge Rodríguez, y el personalista José Abalos. Nadie de la sociedad rosarina estaba ausente. Solo Caballero.
Es entonces en el caldeado y conflictivo ambiente social de 1928 que en un segmento laboral conformado mayoritariamente por un elemento humano de mayoritaria raigambre criolla , se inicia un conflicto – el de los estibadores portuarios- que rápidamente obtiene la solidaridad de distintos sectores obreros de la ciudad.
Es en este primer paro general del mes de mayo, donde Caballero reconoce que “se produjeron algunos tumultos en la ciudad, provocados por elementos inconscientes o maleantes que la policía reprimió dentro de la mayor cordura”. En la categoría de maleantes ubica a los elementos de la Sociedad del Trabajo Libre, y en ese convencimiento increpa (si damos veracidad a su Informe) a un gerente de una de las grandes casas cerealistas por “mantener bandidos como hombres de confianza en la distribución del trabajo”. Así las cosas, el movimiento es dominado “por la persuasión, sin que de nuevo las calles del Rosario se hubieran visto manchadas por sangre proletaria”.
Triunfantes los estibadores en sus aspiraciones, otros gremios, alentados (según Caballero) por el buen resultado obtenido por aquellos y por la confianza -dada por el antecedente previo- que no serían reprimidos por las fuerzas de seguridad, “se lanzaron a la conquista de mejoras económicas, dentro de las garantías que la Constitución acuerda y que los gobiernos radicales han sustentado siempre”.
Esta conquista se desarrolla de acuerdo a una cronología que el Jefe Político detalla en su Informe, mencionando en algunos casos el protagonismo que le cupo en la resolución de determinados conflictos. El orden protocolar hace que más de una vez en el Informe anteponga su protagonismo al de la responsabilidad en las decisiones políticas de su “nominal superior” el Gobernador de la provincia. Así establece esta curiosa fórmula discursiva: “El Gobierno de Santa Fe y el Jefe de Policía que suscribe este documento…”
Los obreros bolseros se declaran en huelga a finales de mayo por reivindicaciones salariales y readmisión de dirigentes despedidos.
A principios de junio están en conflicto los obreros de la Refinería Argentina y los trabajadores de los aserraderos. Lugar común reivindicativo y justificador de la decisión de los trabajadores de emprender medidas de fuerza, es la demanda no solo de mayores salarios sino de mejores condiciones laborales.
El 5 de junio entra en conflicto un gremio de servicios que por su incidencia en la vida cotidiana, afecta a la ciudad en su conjunto. Se trata de los obreros tranviarios que piden mejoras salariales y el reconocimiento del sindicato por la Compañía General de Tranvías Eléctricos del Rosario, empresa de capitales belgas ligada al poderoso “holding” eléctrico Sofina. Los rosarinos dependían esencialmente del servicio tranviario para movilizarse. Paralizar los tranvías, era en cierta forma, paralizar la ciudad. Recién estaban surgiendo de manera casi artesanal, las primeras empresas de ómnibus y colectivos. El automóvil particular era un lujo reservado exclusivamente a las clases burguesas.
En julio se declaran en huelga numerosos gremios: conductores de carros, obreros y empleados de la Unión Telefónica, de las Aguas Corrientes, de la Sociedad de Electricidad del Rosario, obreros panaderos, metalúrgicos, etc. También vuelven al paro, esta vez en solidaridad con los estibadores de Villa Constitución, los portuarios.
Todos estos conflictos (y los que se producirán en los meses siguientes) se caracterizan por su larga duración. Caballero se adjudica el papel de paciente mediador en ellos, en donde sus gestiones culminan por lo general de manera exitosa, consiguiendo que parcial o totalmente se cumplan las demandas de los obreros, disuadiendo antes que reprimiendo a los elementos más exaltados.
El constituirse en árbitro de estos conflictos sociales no le ha traído el reconocimiento de las fuerzas vivas de la ciudad, sino el repudio generalizado de estos sectores dominantes, que han pedido con estentórea voz su desplazamiento de la Jefatura Política del Rosario. A estos ataques Caballero contesta con implacable lucidez:
“El conglomerado del comercio y la industria, secundado ahora en Santa Fe por otros conglomerados políticos, lo forman hombres del más vario origen: llegados ayer no más a la fortuna algunos, improvisados conductores otros de instituciones que se han opuesto siempre a la renovación de la vida pública del país, en alianzas invariables con las más inmorales y desquiciadoras prepotencias, sin más miraje que el de la productividad de sus intrincadas operaciones con los cereales, que son productos del generoso esfuerzo del los trabajadores auténticos de la República, para ellos esa nación idealista y noble no tiene historia, ni otro porvenir, ni más finalidad que la de llegar a ser una brillante y despreciable factoría”.
Así, lapidario y frontal es el análisis que realiza en el Informe sobre quienes han forzado su renuncia. La Federación del Comercio y la Industria, la Sociedad Rural y especialmente la Bolsa de Comercio, son las instituciones de la burguesía rosarina que recurrentemente se han dirigido a la Presidencia de la Nación (primero a Alvear y luego a Yrigoyen) pidiendo su defenestración. Los reclamos de estas entidades a José Tamborini, Ministro del Interior del Presidente saliente, fueron constantes en esos meses.

“! Cómo quiere que me haga mitrista, sería como hacerme brasilero!”
Pero estas entidades debieron dar a ese pedido un marco contextual adecuado para tornarlo viable. Caballero advierte en su Informe quién ha construido ese clima legitimador de los argumentos que esgrimen sus críticos. Afirma clara y taxativamente:
“la prensa en general se ha caracterizado, en el comentario de los hechos y en la exposición de los mismos, por una tendencia francamente favorable a los intereses de las clases ricas. No hay falsedad que no haya propalado, ni hecho que no haya deformado para servir sus intereses obscuros e inconfesables”.
Sin duda el papel de la prensa en los conflictos de 1928 (y en todos los conflictos) debe pensarse dentro del marco multireferencial y complejo de tensiones y acciones que los distintos actores individuales y colectivos llevan a cabo; multiplicidad de estrategias aplicadas a multiplicidad de problemas que en muchos casos nos aparecen luego como un “dibujo general” que pronto tendemos a cristalizar en “grandes estrategias” que, nos convencemos, guían a los participantes según un plan oculto. Esta sospecha es también efecto del juego que los mismos actores nos legan en sus documentos; estrategia de descalificación o acusación que se convierte, a través de los investigadores, en lo concreto existente detrás del velo de la apariencia. Las expresiones de la prensa pueden tomarse como parte de estrategias que se apoyan y son apoyos de otras en distintos lugares del complejo social destinados a volver visibles los conflictos llenándolos de un sentido particular e interesado.
Caballero carga las tintas sobre un órgano periodístico en particular.
“Se ha distinguido en esta obra demoledora, brutalmente reaccionaria, un diario, viejo conocido del país por su invariable adhesión a todos los privilegios: me refiero a La Nación. He vuelto a encontrar en su columnas el veneno que durante 60 años ha derramado gota a gota sobre la vida argentina”.
Un veneno de seis décadas que para radicales de la vieja escuela como lo es Ricardo Caballero, se resume en ese exabrupto de la década del noventa del jefe del radicalismo bonaerense que se opone a la alianza que su tío alcanza con el más rancio representante de la vieja política: “¡Como quiere que me haga mitrista!, sería como hacerme brasilero”, toda una síntesis esta de las luchas entabladas a lo largo del siglo XIX, atribuida a Hipólito Yrigoyen y con la cual el caudillo radical habría graficado su negativa a aliarse con Bartolomé Mitre en 1891. Esta frase (tal vez apócrifa) encierra un posicionamiento histórico al que fervorosamente adhería Caballero: el entender al radicalismo como una continuidad de la vieja tradición federal. En esa construcción “el Régimen” encarnaba la simbología opuesta: el unitarismo, la alianza con el Imperio, etc. Una continuidad forzosa y maniquea que empalma con la caída de Rosas, la Guerra del Paraguay, el acordeón del noventa y uno, el cierre de la Caja de Conversión… o el episodio que le venga a cuento a Caballero.
En esa línea argumentativa, si bien don Bartolo hace mucho bajó al sepulcro, está más vivo que nunca reencarnado en su verdadero heredero: el diario por el fundado. Una empresa periodística que es el paradigma de la “prensa seria”. Que se considera a sí misma, y es considerada por sus pares hasta cierto punto, como referente hegemónico en la orientación de una opinión por encima de los conflictos intraélites. Hace a la consolidación de esta hegemonía la discordancia y debilidad de las pocas voces que ponen en duda esa poderosa y temible cualidad de los grandes diarios.
Es por ejemplo la voz de Caballero cuando finaliza su Informe afirmando con un optimismo irreal: “hemos triunfado sobre su prédica claudicante”. Sin embargo, el es el renunciante, el vencido, y no la prédica que contra su persona llevó adelante La Nación. Lamenta Caballero “que ese diario tenga derecho a colocarse del lado de los poderes emergidos del radicalismo”. Tácitamente está reconociendo en esta frase el rol que el órgano periodístico propiedad de la familia Mitre se asigna como vocero del grupo dominante, pero a la vez como guardián de la razón que guía el desenvolvimiento de las Instituciones y la Republica, del orden y el progreso.
El peso específico que La Nación tiene como “prensa seria”, le permite instaurar a nivel nacional “el problema de Rosario”, utilizando austeros pero eficaces recursos periodísticos. Así da entidad al conflicto al informar sobre el mismo desde la primera plana o desde la sección Política. En vez de hacerlo desde las páginas interiores de la sección “Provincias –Territorios” donde diariamente y desde hace años aparecen noticias de distinto tenor sobre la ciudad de Rosario. Policiales, gremiales, deportes, espectáculos, política, etc., nutrían informativamente las columnas de esa sección, evidenciando no solo la importancia comparativa de la entonces segunda ciudad de la República por sobre otras regiones del país, sino también un eficaz trabajo de la corresponsalía.
Un recurso habitual en esos días es intercalar en el titulado y subtitulado, información y opinión, sin especificar ni diferenciar entre una y otra. Así por ejemplo el 22 de mayo La Nación titula que “nuevos hechos de violencia han acentuado la inquietud que vive la ciudad de Rosario”, que “hay numerosos heridos”, también hay un título sobre “desmanes cometidos por los huelguistas” y otro título informa ¿opina? que “la policía ha sido simple espectadora”. Toda información referida a los distintos pedidos de remoción del Jefe Político, es destacada con un formato superior a otras noticias. Del mismo modo se trata su supuesta inacción.
No solo la forma y presentación del conflicto, sino su permanencia en la opinión pública hace a esta operación periodística. No hay edición desde mayo hasta agosto de 1928, en que La Nación deje de publicar alguna noticia en referencia a la situación rosarina, con mayor o menor entidad o volumen informativo. Inclusive en los días en que los problemas centrales parecen haber encontrado solución, se jerarquizan cuestiones menores. La visibilidad permanente y constante, crea en el lector de La Nación -que por obvias razones en su inmensa mayoría no reside en Rosario- la convicción de que esta ciudad vive en un permanente estado de anarquía.


La posición del diario La Capital frente al conflicto
Así como La Nación lo es en la Nación, La Capital es en la ciudad que alguna vez aspiró a ser capital, el representante principal de la prensa “seria”. Su solidez se sustenta en su amplia circulación, su monopolio de los clasificados, los avisos y en la fama consolidada como órgano de “opinión pública” racional y neutral. Esta privilegiada posición es aceptada por el resto de los periódicos locales que no intentan desplazarla mediante la competencia, sino que antes bien buscan un modus vivendi lucrativo para todos, lo cual no excluye, claro, roces significativos.
En los momentos iniciales del conflicto La Capital mantiene una pretendida neutralidad, declamando en las escasas editoriales que en el mes de mayo le dedica a tan importante tema una postura de superioridad moral para con las partes en pugna. Aboga en esos días por un funcionamiento ideal de las instituciones que permitan establecer las necesarias mediaciones entre obreros y patrones, criticando la “inflexibilidad” de unos y otros para acelerar los acuerdos que llevarían a la finalización del conflicto.
Con equidistancia salomónica critica tanto la violencia de los obreros huelguistas como, al menos en un principio, la dureza con que los patrones mantienen su intransigencia. Sin embargo, y de modo silente y sibilino, La Capital tuerce sutilmente el fiel de su propia balanza.
Desde mayo y hasta mediados de julio, en las páginas que diariamente remiten a las noticias periodísticas de los acontecimientos encontramos una notable visibilidad de las acciones de los huelguistas. Entre el 15 y el 25 de mayo buena parte de las columnas de la sección local informan acerca de incidentes y hechos de sangre en los cuales, invariablemente, las víctimas propiciatorias están constituidas casi exclusivamente por “obreros libres”, los cuales sufren la punición de los trabajadores en huelga. Las acciones violentas protagonizadas por estos se describen hasta el mínimo detalle (armas utilizadas, lugar, tiempo, estrategia de ataque, de fuga, acción policial) Hay una tenue toma de posición a favor de los “obreros libres”, minimizando sus acciones y acentuando su papel de víctimas (características de las heridas recibidas, etc.) Es evidente que estas noticias mantienen una continuidad ex profeso regulada, mas allá de la gravedad de los incidentes; así las acciones que ocasionan muertes o heridos de gravedad apenas se destacan por sobre las que terminan en contusiones leves o acciones incluso risibles como la “guerra de naranjas” ocurrida cuando el conductor de un carro de la empresa Naranjera Rosarina repelió un ataque de huelguistas a naranjazos. Tampoco la acción de la policía es demasiado destacada por los artículos. Esto puede ser una estrategia editorial de espacio dentro de la estructura del diario, sin embargo lo que nos interesa es la intención de dar “visibilidad” e individualizar a los “descarriados”, “exaltados”, “criminales”, que muestra La Capital en su tratamiento del conflicto.
Podemos incluir esta estrategia de La Capital en la compleja trama de las técnicas de disciplinamiento que se aplican respecto a las desviaciones sociales, e incluyen no solo la represión, sino también la acción integradora del Estado y sus instituciones, su papel mediador, formador de un actor ideal: un obrero dócil, “reformista” y atado a convenciones que excluyen la acción violenta. Si se quiere, el conflicto demuestra que, más que la represión, lo que funciona es la amenaza de ella. La lección de los gravísimos y cruentos conflictos de la década anterior no ha caído en saco roto. El poder demuestra su capacidad de tomar las vidas de los indisciplinados en acciones altamente visibles pero no generalizadas, a la vez que, teniendo la fuerza física como opción cierta, levanta las banderas de la negociación pacífica. En las selectivas acciones represivas participarán no solo la policía y los “obreros libres” sino también lo hará la Marina de Guerra, que asumió en gran medida en el otoño-invierno de 1928 la representación represiva del Estado Nacional.
Por orden directa del Presidente Alvear, se desembarca en Rosario marinería de los buques de la Escuadra Fluvial. La Capital en su edición del día 15 de mayo celebra la llegada de parte de esa fuerza. Lo hace de un modo maniqueo para no dejar dudas a sus lectores acerca de la necesidad de que la marinería supla las deficiencias de un aparato policial inactivo a causa de la ineficiencia cómplice de su jefe. A continuación de un artículo que informa sobre algunos desmanes obreros, enuncia con título destacado la llegada del cañonero Independencia con 200 hombres de tropa que “secundarán la acción de la Subprefectura Marítima para garantizar la libertad de trabajo mientras subsista el estado actual de cosas motivado por el paro de obreros estibadores, del cual parecen no haberse enterado ciertas autoridades”.
Debe destacarse que las fuerzas desembarcadas, disciplinadas y respondiendo a directivas del gobierno central, se comportaron en su rol de brazo ejecutor de la violencia (la cual es legalmente atribución monopólica del Estado nacional moderno) con prudencia y firmeza, no cayendo en salvajismos similares a los cometidos pocos años antes en la Semana Trágica porteña o en los sucesos de Santa Cruz.
Al respecto acotamos aunque excede al recorte temporal que impusimos a esta investigación, que cuando a finales de 1928 un nuevo conflicto afectó no solo a los puertos de embarque sino a la producción agraria en sí debido al paro de actividades de los sindicatos de trabajadores rurales, el Presidente Yrigoyen ordenó que miles de efectivos del Ejército ocuparan militarmente los convulsionados departamentos agrícolas del centro y el sur provincial. Pese a la espectacularidad y lo desmedido de la operación (los soldados estaban pertrechados más para enfrentar a equivalentes fuerzas regulares antes que para reprimir algaradas civiles), esta tuvo un desarrollo incruento. El temor a una represión efectiva disuadió a los obreros en huelga, y a su vez funcionarios nacionales amparados en la fuerza de las armas impusieron a los trabajadores rurales y a las reacias corporaciones patronales (entre ellas la Federación Agraria), la firma de convenios que si bien no fueron del beneplácito de ambas partes, aquietaron el enrarecido clima de agitación social que se vivía.
Retomemos el desarrollo narrativo de nuestra investigación Es significativa la actitud que asume el Presidente de la Bolsa de Comercio de Rosario, Manuel Ordóñez, con sus intervenciones epistolares en relación al conflicto. En la misma edición del día 23 de mayo La Capital publica tres cartas enviadas por Ordóñez al Ministro del Interior José Tamborini, al Gobernador Pedro Gómez Cello y al Jefe Político Ricardo Caballero, en las cuales y en forma similar, se detallan las razones por las cuales las fuerzas militares y policiales deberían intervenir enérgicamente “…para que el orden público se restablezca.”
En la misma edición el diario informa acerca de la decisión del jefe del Regimiento 11 de Infantería, unidad militar acantonada en la ciudad, de enviar suboficiales y soldados conscriptos a custodiar la zona bancaria a pedido de las gerencias de las sucursales locales de los bancos de la Nación, Hipotecario, Trasatlántico Alemán y Hogar Argentino entre otros, para “repeler las agresiones que las amenazaban” .En esa página un suelto destacado nos trae nuevamente a Manuel Ordóñez presidiendo una reunión en el edificio de la Bolsa de Comercio entre huelguistas y patrones, donde los primeros aceptan con reticencia las propuestas que les hacen los exportadores para levantar la huelga La mano de hierro en guante de seda funciona a la perfección en las acciones de este representante privilegiado de la burguesía rosarina.
En este ejemplo vemos funcionar tres medios de disciplinamiento: amenaza, coacción directa y transacción mediada, las tres indisolublemente ligadas. Que la representación informativa de los mismos aparezca en la misma página permite visualizar cierta posición de la prensa (en este caso La Capital), dentro de las estrategias emergentes en el tratamiento y, finalmente en la solución del conflicto. Más allá de las actitudes de las corporaciones o de las instituciones estatales , La Capital construye una caracterización del conflicto, encuadrando al mismo de acuerdo a su propio discurso. Le da un marco, lo rodea de saberes pretendidamente neutrales y permite finalmente, la eclosión de un “sentido común” sobre los acontecimientos. El obrero huelguista se transforma así en desviado de la ciudadanía o directamente en criminal pues lo que liga su “visibilidad” párrafo tras párrafo es su asociación en el lenguaje y el saber, constructor de realidades, entre huelguistas-desorden-violencia-heridos-muerte pero no en un carácter de generalidad como se visualiza en las notas editoriales iniciales. Ahora se describe al huelguista de carne y hueso, se analiza su contextura, sus actitudes, las formas de atacar o de huir, etc. Una vez cercado por la escritura de sus características y por la descripción de sus acciones ya ni siquiera es necesaria la explícita petición de represión pues el saber y la razón decantan en el espíritu el rechazo de tales comportamientos. Siguiendo a Foucault: “los circuitos de comunicación son los soportes de una acumulación y de una centralización del saber; el juego de los signos define los anclajes del poder”, y como diario de mayor circulación en una ciudad que cuenta ya con un consumo de masas, La Capital es un vehículo privilegiado para esta circulación y aceptación de los “signos” que configuran lo razonable y su inscripción en el “sentido común”.
La reavivación del conflicto en julio, provoca un endurecimiento notable de La Capital para con las actitudes obreras y con las instituciones estatales –el gobierno provincial y específicamente la Jefatura Política- que en opinión compartida con la Bolsa de Comercio y otras organizaciones patronales, deberían poner coto a los desmanes y violencias que provoca la huelga. A mediados de ese mes las editoriales sobre el tema de la huelga y la ineficiencia de los órganos oficiales, especialmente la policía de la ciudad de Rosario, muestran un cambio de estrategia con respecto al conflicto. Ahora se editorializa a diario, y el tono ha pasado a ser mucho más duro.
La Capital comienza entonces como en la huelga de mayo, una operación “visualización” del conflicto a partir de las personas de los protagonistas. Hay una individualización pormenorizada con nombre, domicilio, función, número de chapa, etc. de los tranviarios, tomados esto en su rol de victimarios o de víctimas (cuando estas son obreros agredidos por no plegarse a la huelga). Esto se repite día tras día de forma aún más minuciosa que en el mes de mayo, tal vez debido a una mejor información sobre los obreros tranviarios que la que tenían en referencia a la filiación personal, vecinal y laboral de los estibadores del puerto. El personal tranviario, especialmente el de conducción (motormans y guardas) tenía un origen mayoritariamente inmigratorio. Estaba más integrado a la vida social de la ciudad visible que el estibador portuario que habitaba en gran medida en la zona costera sudeste, en rancheríos ubicados en cercanías de su otra gran fuente de trabajo: los mataderos y frigoríficos.
Ordenación del tiempo de los hechos, cuadriculación del espacio donde se sitúan los violentos y trasgresión a la norma, forman el “saber” que La Capital ofrece a sus lectores para que esa vigilancia sutil sea extendida. Mecanismo privilegiado entre muchos otros, la prensa diaria y masiva no solo pide represión y critica la inacción de las instituciones del Estado. También “cerca” a los individuos indisciplinados de forma que puedan ser situados y segregados del cuerpo sano de la sociedad. Nombre, dirección y número de placa, a veces edad y descripción física, constituye una eficaz estrategia para prender en los cuerpos de un grupo de individuos los signos de la desviación y la culpabilidad. También para que las decenas de miles de lectores “normales” sepan a donde dirigir sus miradas conspicuas, sus sospechas, sus miedos, en suma, su vigilancia para con estos malhechores reales o potenciales.
No son simplemente las agresiones físicas directas las que se destacan, también otras cuestiones aparentemente secundarias son remarcadas para definir nítidamente la mala conducta de los huelguistas: “los gritos hostiles a la empresa se producen a cada instante desde los negocios de bebida instalados frente a la usina,” o la concurrencia de “elementos subversivos e ineficientes.” Puesta en escena esta que permite nuevamente visualizar en contundente sucesión una serie de imágenes de conducta que el “sentido común” tiene por reprobables (la embriaguez), apoyándose a su vez en otras “forzosamente” concomitantes (la ineficiencia o la subversión).
Los conflictos políticos y sociales emergen, a nivel discursivo, con grandes palabras y frases rimbombantes. Así se trata de descalificar a un adversario político apoyándose en la huelga, paradoja que no es tal si tomamos en cuenta que nunca hay un lugar de la “gran estrategia” y muchas veces una huelga puede ayudar a un sector a deshacerse de un rival político a la vez que puede perjudicar económicamente a ese mismo sector. En este sentido las estrategias siempre están situadas y pueden expandirse en varios sentidos. Lo curioso de las estrategias es que son cambiantes a un nivel mas profundo. Si mencionamos la estrategia de “visibilidad” que La Capital mantiene para con el conflicto centrada en la reprobable conducta privada de los huelguistas (borrachos, ineficientes, etc.), es porque esta prácticamente desaparece en la segunda semana de julio. Es entonces que esta tipología negativa del obrero en paro es desplazada de la línea editorial, ocupando a partir de ese momento el lugar central de la prédica del diario el ataque sistemático a las autoridades provinciales a las que acusa por su accionar (o más propiamente su inacción), especialmente al Jefe de Policía. La nota editorial del día 12 de julio enuncia ese cambio con una contundencia narrativa que no deja margen de dudas: ““En estos últimos días se han cometido hechos vituperables que, si bien no revelan violencia extremada, constituye un índice evidente de la tendencia al desmán y a la violencia… La tensión de ánimo ha llegado a tal extremo, que ya empiezan a observarse las señales de las primeras reacciones, preludio acaso de un movimiento de protesta de dimensiones considerables contra una institución que, reprimida por el capricho arrogante de un régulo sin criterio, ha hecho tabla rasa del cumplimiento de sus obligaciones”.
A partir de este momento La Capital toma explícitamente posición como portavoz de la burguesía rosarina. Las editoriales de los días siguientes van acrecentando su hostilidad y crítica a la actuación de Caballero (ese “régulo sin criterio”). Concomitantemente La Capital publica de manera pormenorizada, minuciosa y destacada de los comunicados que al diario envían los representantes de las asociaciones patronales y las principales empresas afectadas por el movimiento huelguístico (Bolsa de Comercio, Federación del Comercio y la Industria, Unión Telefónica, Compañía General de Tranvías Eléctricos del Rosario, diversos grupos de exportadores, etc.), ya sea pidiendo la acción de la policía y de los gobiernos provincial y nacional, ya sea fijando posición frente a situaciones específicas.
Destaquemos que también se publican las consiguientes respuestas del Jefe de Policía y del Gobernador, con lo se mantiene cierto perfil neutral, como corresponde al representante local de la “prensa seria”. Esa neutralidad no alcanza para que se publiquen las resoluciones que adoptan las asambleas obreras a menos que estas impliquen poner punto final a los distintos movimientos huelguísticos. Los gremios que continúan en paro no tienen posibilidad de dar a conocer sus inquietudes e intereses en el diario. Esta censura permite a La Capital construir ante sus lectores la “tendencia anárquica” que se observa en los huelguistas. A partir de esa irreductibilidad del carácter cerril de los trabajadores se torna pertinente que sea la lógica de la respuesta represiva la que tome un lugar central en la resolución del conflicto social. Es entonces que la negativa de la policía a llevarla a cabo torna criminal el rol de su responsable. Y así lo denuncia a la opinión pública y a las fuerzas vivas de la ciudad. En ese sentido La Capital tiene en claro, cual es el pueblo al que pertenecen sus columnas.

La posición de la prensa comercial: ambiguo mensaje, claro meta mensaje.
La prensa comercial (o popular) esta ligada de modo fundamental a un proyecto que se define netamente por el objetivo del rédito económico. Claro está que esta no es una meta exclusiva de esta prensa. Los órganos formadores de opinión que hemos analizado fueron también una formidable caja recaudadora por vía del excluyente aporte de los avisos clasificados. Asegurados por los procesos de alfabetización y el crecimiento de un mercado potencial ampliado de lectores, esta prensa comercial apela a un lenguaje popular y a temas que atraigan directamente al segmento de lectores que la prensa “seria” no puede captar en principio. Opone otro lenguaje a los extensos artículos de política nacional e internacional, las editoriales “didácticas” de los grandes diarios y su vocabulario medido y pretendidamente neutro. Por “didáctica” nos referimos a la posición de representar la razón y la verdad que asumen estos diarios, a la vez de su intención de aconsejar a los gobernantes líneas de acción de acuerdo a ellas. Esta prensa comercial no esta dirigida a la élite sino a las masas anónimas de lectores y se maneja con un grado notable de autonomía con respecto a los cambios sociopolíticos que se suceden en la época. Deportes, chismes, noticias policiales locales, denuncias grandilocuentes ligadas a chantajes comerciales más que a intereses políticos, y además una repetición a escala menor de las noticias importantes le permiten a estos diarios (La Reacción, Reflejos, América etc.) convivir en Rosario con La Capital sin demasiadas fricciones, cada uno apuntando a un segmento social no excluyente pero con preferencias.
Es indudable que esta prensa comercial y popular es potenciada por la creciente complejidad del tejido social producto del crecimiento demográfico y económico que se sucede en las décadas previas, a la vez que el cambio tecnológico le permite aumentar la cantidad de ejemplares puestos en circulación y disminuir su costo. Este mismo proceso es el que provoca en cierta medida, la crisis irresoluble de la prensa faccional que aun sobrevive ligada estrechamente a intereses políticos explícitamente partidistas y cuya pervivencia se debe a coyunturas en las cuales estos sectores necesitan un órgano propagandístico (principalmente durante las campañas electorales). La consolidación de una “especificidad” tanto en el lenguaje como en las formas de tratar la información y los conflictos definen la crisis del periodismo “de facción” que tuvo su auge en la segunda mitad del siglo XIX, lo cual no quiere decir que en momentos de extrema tensión, como ocurrió en 1928, distintos periódicos “modernos” no hayan apelado a fuertes jugadas políticas. La diferencia estriba en que el lenguaje que usaban para definirse era el de la generalidad y la razón y no el de la lucha faccional. Ya es una prensa que habita un campo de reglas en gran medida definidas y aceptadas que se aleja definitivamente del periodismo de la “opinión publicada”.
Ubicua y a la vez disímil es la forma en que se acerca al tratamiento del conflicto la prensa comercial. América, vocero oficioso de la democracia progresista ve en los sucesos rosarinos una formidable oportunidad para exacerbar su habitual prédica antiyrigoyenista. Encontramos en este periódico cierto desprecio al adversario basado en prejuicios de carácter racial. Así en una editorial define al personalismo como un “mulatismo político que no quiso nunca la verdad…le basta con disimularla”.
Centra sus ataques en la persona del Jefe Político, a quien califica como “señor feudal del electoralismo policial” y mantiene respecto a la cuestión social una aparente asepsia informativa. Así es habitual que en páginas interiores una sección titulada “Actividades Obreras” informe al mismo tiempo -dándoles igual entidad e importancia- sobre la declaración de huelga de los estibadores rosarinos y sobre la realización de un congreso socialdemócrata en …Estocolmo. En los momentos más álgidos del conflicto de los trabajadores tranviarios, el diario explicitará su antiobrerismo. Pero intentará justificar su posición aduciendo que la misma se basa en principios ideológicos y no en la defensa de intereses patronales por razones económicas. Aclaración necesaria toda vez que este diario ha sido acusado de recibir dinero del holding belga Sofina, dueño real de la Compañía General de Tranvías Eléctricos del Rosario, como contrapartida a un tratamiento informativo favorable a la muy cuestionada empresa tranviaria.
Por el contrario, Reflejos y La Reacción, declaman ser tribuna de los trabajadores. O de lo que entienden por trabajadores. Ambos diarios tienen un perfil populista, demagógico y sensiblero. Es habitual encontrar en ambos periódicos notas, editoriales o títulos de este tenor: “somos el vocero de los humildes”, “el diario de los pobres”, etc. Construyen un actor ideal, “el pueblo”, del que se asumen voceros de sus intereses e interpretes de sus gustos. Esta ficción ideal que permitió a ambas empresas periodísticas captar importantes segmentos de lectores (según se aprecia en sus relativamente importantes tiradas) hace aguas cuando la agudización del conflicto obliga a posicionarse.
Así estos voceros románticos y anacrónicos de un obrerismo finisecular y de un militante e igualmente anacrónico anticlericalismo , adoptan una posición de manera torcida, con perífrasis y atajos, pero en esencia con igual sentido al discurso de la prensa seria. No es solo reconocimiento de la hegemonía de esta. Es convencimiento, acabada la farsa sensiblera del obrero ideal.
Ante la aparición inquietante en las calles rosarinas del obrero real que desplaza al obrero idealizado, el “obrerista” La Reacción en sintonía con La Capital o la Bolsa de Comercio, tras titular “Dos buques de guerra en Rosario. Subversión o huelga”, emite opinión: “el pueblo de Rosario se alegra de la llegada de los barcos de la Armada, que son mayor garantía que la que ofrece el Jefe de Policía, Ricardo Caballero, que no da confianza en sus tropas, cuando se ha debido recurrir a fuerzas de la Nación”.
Reflejos mantiene en apariencia una posición pro obrerista. En especial en los conflictos menores, tales como el del personal de la Unión Telefónica. Sintomáticamente la simpatía que demuestra por las asociaciones gremiales de menor gravitación no se traslada al núcleo central: estibadores y tranviarios. Editorializa en contra de los “voraces capitalistas ingleses” de la U.T. pero guarda silencio sobre los capitalistas belgas de la empresa tranviaria. Y lugar común: menudean los ataques al Jefe de Policía, no solo por su inacción, sino por cuestiones que- verdaderas o falsas- pueden sensibilizar y predisponer a sus lectores contra Caballero. Así el 19 de julio da a conocer supuestas declaraciones del director de la Cárcel de Rosario, que acusado por el Vicegobernador de la Provincia de torturar a los detenidos, afirma: “-andando bien con Caballero…me río del Vice y de todos los ministros.”

La prensa como un factor de poder por derecho propio
Hemos observado el conflicto obrero acaecido en Rosario en el otoño/invierno de 1928 a partir de la visibilidad que la prensa le otorgó. En las disímiles estrategias con que los medios periodísticos construyen esa visibilidad se encuentra la riqueza interpretativa que queremos remarcar.
Las similitudes y diferencias entre las actitudes de las distintas empresas periodísticas parecen converger en el momento del conflicto, claramente en el ataque al Jefe de la Policía de Rosario, Ricardo Caballero, por su acción o inacción frente al movimiento huelguístico y por su estrategia contemporizadora para con los gremios en paro. Esta es la razón que encontramos para utilizar en parte, al propio Ricardo Caballero como articulador del trabajo sobre estrategias que lo tienen de blanco en muchos casos. Cuarenta y seis años después de su desaparición física ocurrida el 16 de julio de 1963 y a ocho décadas de la elaboración de su Informe, Caballero interactúa con los autores de esta investigación. Se comprenderá entonces las dificultades de una conclusión “normal”. Creemos sin embargo, que es posible encontrar a partir del tipo de investigación realizada, una aproximación para poder entender en clave interpretativa el tratamiento que la prensa nacional y local le dio a un grave conflicto entre el capital y el trabajo ocurrido en 1928, que se tradujo en meses de tensión y, en muchos casos, violentos estallidos verbales (escritos) por parte de amplios sectores de la burguesía rosarina que a través de estos medios periodísticos mostraba su costado menos amable.
Es esta prensa la que reivindica distintas estrategias de expresión y de “visibilidad” hacia el conflicto, configurando un tejido complejo que resulta en una emergencia particular que nos aparece de modo circular entre acusadores y acusado. Expresado de otra manera: todas las incriminaciones periodísticas por la tensión social conducen en última instancia a Ricardo Caballero y este a su vez las considera que tales acusaciones son la prueba palmaria de un complot en su contra (y por elevación contra la figura del Presidente electo) en el cual la prensa en general, y La Nación en particular, tendría un lugar destacado.
Son estrategias de ida y vuelta que se apoyan respectivamente en expresiones y acciones de los representantes corporativos de la burguesía y en las respuestas de las instituciones estatales.
A nivel específicamente local La Capital ocupa la centralidad de esta campaña que denuncia Caballero, siendo las demás expresiones periodísticas, satélites subordinados al diario hegemónico. Pero a su vez tanto aquella como estos, se apuntalan en opiniones propias, estrategias de ataque a distintos niveles y una utilización del lenguaje en forma diferente. Lo que hemos denominado prensa comercial o popular, tiende al lenguaje soez o casi vulgar. En muchos casos apela a la descalificación personal que combina con ataques al desempeño en el cargo de la persona que es su objetivo.
Por el contrario La Capital mantiene un lenguaje formal, solicita oír la voz de la razón (que no es otra voz que la que expresa editorialmente) a las partes corporativas y estatales, en nombre de una ética y un ciudadano que siempre esta oculto ya que nunca entra en acción. Y menos en esos problemáticos meses de 1928, donde obviamente no hay lugar para la construcción de ese teórico ciudadano el cual fortalecería los lazos democráticos de una institucionalidad asentada en una aséptica legalidad. La agudización del conflicto impone a La Capital un sinceramiento que deja atrás su retórica sobre el ciudadano ideal. Ya en esa etapa de los acontecimientos importan solamente las corporaciones y fundamentalmente el Estado, en su rol arbitral. Se espera que ante la agudización de la crisis, las autoridades ejerzan el monopolio de la violencia, priorizando la represión sobre la mediación, o que por lo menos la primera juegue un rol fundamental complementado y reforzando a la segunda. Así se explica que los ataques a Caballero aparezcan recién en julio, cuando se torna evidente que no quiere dar el paso de la persuasión a la punición, de acuerdo a los tiempos que para ambas etapas maneja La Capital.
Por su parte la prensa comercial hace suya también la postura represiva en la coyuntura de los sucesos del invierno de 1928, abandonado su retórico y declamado obrerismo, que había sido hasta el momento (y por más de una década) su común denominador discursivo. Sin embargo este desplazamiento de su papel estricto de generador de ganancias a una decidida intervención política en los hechos, es excepcional y efímero. Cuando disminuye el movimiento huelguístico esta prensa retorna a su práctica informativa habitual, a la preeminencia de las noticias policiales y deportivas. Esto no significa que en los conflictos que afectan sus dividendos, sean estos políticos o de otra índole, estos órganos no vuelvan a intervenir. Una forma habitual de intervención es la amenaza y el chantaje, utilizadas no solo por mero rédito económico.
Una de nuestras hipótesis consiste en considerar que la prensa en los años veinte se ha convertido en un factor de poder por derecho propio. La misma relación de Caballero con los distintos medios muestra la capacidad de estos para construir realidad moldeando el conflicto a la medida de los intereses de las estrategias inmediatas que (en apariencia) ponen en práctica. Esto no significa admitir que el supuesto complot haya existido. No hacemos los autores de este trabajo uso de ese maniqueísmo expositivo al que fue tan afecto en su falta de rigor metodológico el ya irremediablemente decadente (y decadentista) revisionismo histórico argentino, consistente en dividir a los protagonistas de nuestro pasado en ángeles y demonios. Debemos entonces evitar caer en el espejismo de considerar al Jefe de Policía de Rosario como la víctima del “poder en las sombras”. Aun aceptando que la prensa intentó expresamente presentarlo ante su ya masivo público lector como el causante principal de la situación de irregularidad de la ciudad.
Las tiradas masivas de los principales diarios señalan también de modo incontrastable que atrás han quedado las épocas en que los medios gráficos eran meras herramientas de determinadas facciones y partidos. Conllevan además una forzosa heterogeneidad del público lector. El propio Ricardo Caballero reconoce aun a su pesar este nuevo rol de la prensa. Así envía a La Capital numerosas cartas donde contesta pormenorizadamente las acusaciones contra su actuación, no solo las de la Bolsa de Comercio e instituciones similares, sino las del propio diario.
Todo esto nos permite afirmar la presencia de un campo periodístico bastante autónomo, autosuficiente en el plano económico, lo que lo independiza en este aspecto, de los aparatos de facciones y partidos. Y que actúa con las estrategias y tiempos de aplicación que ya hemos visto en función de su propia construcción de ciudadanía y del asumirse – en el caso específico de La Nación y La Capital, a nivel nacional y local, respectivamente- no solo como voceros de los intereses de la clase dominante sino como parte activa y fundante de ese poder burgués al actuar en los conflictos de manera autónoma, manejando discursivamente los tiempos y la estrategia a aplicar en la defensa de esos intereses de acuerdo a sus propios criterios.

Florencia Pagni y Fernando Cesaretti.
Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario
grupo_efefe@yahoo.com.ar
http://grupoefefe.blogspot.com


BIBLIOGRAFIA:
ALVAREZ, Juan, Historia de Rosario (1689-1939), UNR Editora, Rosario, 2000.
CABALLERO, Ricardo, Yrigoyen. La conspiración civil y militar del 4 de febrero de 1905, Ed. Raigal, Buenos Aires, 1951.
CATERINA, Luis María, La Liga Patriótica Argentina. Un grupo de presión frente a las convulsiones sociales de la década del `20, Ed. Corregidor, Buenos Aires, 1995.
CATTARUZZA, Alejandro. Historia y política en los años treinta: comentarios en torno al caso radical, Ed. Biblos, Buenos Aires, 1991.
CESARETTI, Fernando, MAURO, Diego y ULIANA, Hernán. “Del resplandor a la opacidad. Opinión pública, empresas periodísticas y región”, en Imaginarios y prácticas de un orden burgués. Rosario 1850-1930, Ed. Prohistoria, Rosario, 2005.
CESARETTI, Fernando y PAGNI, Florencia. “De hoja facciosa a empresa periodística moderna. La transformación finisecular del diario LA CAPITAL”, en revista La Memoria de Nuestro Pueblo, Nº 49, Imprenta Comini, Rosario, 2008.
FOUCAULT, Michel, Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión. Siglo XXI Ediciones, Buenos Aires, 2004.
MACOR, Darío, Radicales, demoprogresistas y antipersonalistas: oficialismo y oposición en la Santa Fe de entreguerras, trabajo presentado en el 3º Congreso Nacional de Ciencia Política «Democracia, reforma económica y cuestión social»; Mar del Plata, 1997.
ORTELLI, Roberto, (comp.), Discursos y Documentos políticos del Dr. Ricardo Caballero, Sociedad de Publicaciones El Inca, Buenos Aires, 1929.
PERSELLO, Ana Virginia, El partido radical, gobierno y oposición (1900-1943), Siglo XXI Ediciones, Buenos Aires, 2004.
RAMOS, Jorge Abelardo, Revolución y Contrarrevolución en la Argentina. La Bella Época (1904-1922), Ed. Plus Ultra, Buenos Aires, 1973.
SAÍTTA, Sylvia, Regueros de Tinta. El diario CRITICA en la década de 1920, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1998.
VIDELA, Oscar y ZANELLA, Carlos. Historia y política: estudios sobre Ricardo Caballero, Ed. Imago Mundi, Buenos Aires, 2005.
WEYLAND, W. G., El Chalet de las ranas, Ed. Losada, Buenos Aires, 1968.

PUBLICACIONES PERIODICAS
América (Rosario)
Crítica (Capital Federal)
Democracia (Rosario)
El Orden (Santa Fe)
La Acción (Rosario)
La Capital (Rosario)
La Internacional (Capital Federal)
La Nación (Capital Federal)
La Provincia (Santa Fe)
La Reacción (Rosario)
Monos y Monadas (Rosario)
Reflejos (Rosario)
Santa Fe (Santa Fe)