Un análisis del rol desempeñado por Ricardo Caballero como Jefe Político de Rosario, mediando entre los actores sociales involucrados en el conflicto. Su denuncia a la desmedida visualización del mismo como una operación política de los grandes diarios opositores.
Un cartel había, muy de mi gusto, que representaba a un hombre de boina blanca, enérgicamente proyectado hacia delante, en actitud de ofrecer a los transeúntes una boleta con las entonces para mi enigmáticas siglas “U.C.R.”
W. G. Wéyland.Solamente a un niño de corta edad (como etariamente se asume en sus recuerdos el autor de la frase arriba citada) debía parecerle enigmática en la década de 1920 la sigla “U.C.R.” En ese tiempo, la Unión Cívica Radical formaba parte casi como un fenómeno naturalmente dado, de la conversación general de la sociedad argentina.
En el espacio geográfico santafecino desde el temprano 1912 el juego político se organiza sobre la base de la centralidad del radicalismo como partido de gobierno, con características de bando predominante y con una alta conflictividad interna que reproduce y multiplica las luchas entre facciones que se dan en la U.C.R. en el ámbito nacional El radicalismo detenta en la provincia una clara situación de predominio político, ni siquiera amenazado por sus recurrentes crisis internas. Su imbatible y permanente mayoría electoral demuestra la imposibilidad que tienen las otras fuerzas políticas de revertir la situación privilegiada del Partido Radical.
Así la Democracia Progresista, la otra fuerza política de envergadura en la provincia (con un peso más marcado en el sur), aparece como un partido de permanente perfil opositor antes que un competidor con alguna posibilidad de llegar por vía electoral a ser gobierno. Lo cual trae aparejado una delimitación más acentuada del perfil del votante demoprogresista, tanto en lo social como en lo ideológico, y también en lo geográfico, dato este último no menor, dada la construida rivalidad entre viejas y nuevas élites, asentadas respectivamente en la ciudad de Santa Fe y en Rosario.
La hegemonía política del radicalismo define un escenario electoral santafecino con un grado de certidumbre relativamente alto, no afectado entonces por la competencia entre partidos sino por la conflictividad y las permanentes divisiones del partido de gobierno. La faccionalidad expresada en distintas líneas que van y vienen más allá o más acá de la división entre personalistas y antipersonalistas, no es un mero fenómeno local sino también nacional, donde los variados y cambiantes posicionamientos de los distintos actores individuales y los circunstanciales intereses que representan, tornan harto dificultoso el surgimiento de un discurso radical unívoco.
Sin embargo cierto imaginario discursivo común subyace, en especial en el radicalismo antipersonalista de fines de la década del veinte, como eco revivido de los “veinticinco años seculares” de lucha y abstención, ese cuarto de siglo comprendido entre la fundación de la U.C.R. en 1891 y su acceso al gobierno nacional en 1916. Un período en el que se fue conformando cierto modo de ser simbólico del radicalismo, ese conglomerado inicial de católicos y masones, militares y clérigos, autonomistas y nacionalistas, seguidores de Bernardo de Irigoyen y de Délfor del Valle, del depresivo y dipsómano tribuno de la plebe Leandro Alem o de su introvertido y astuto sobrino Hipólito Yrigoyen. Es esa una amplia heterogeneidad que solo se constituye en identidad por oposición. Con un discurso unificante a partir de la alteridad, de la visión del otro. Un discurso que articula binariamente la vigencia de “la Causa” contra “el Régimen”. Aunque en 1928 “el Régimen”, entendiendo por tal a los gobiernos conservadores, haya sido desalojado doce años antes por democrática vía electoral de la administración del Estado, ese imaginario radical continúa vigente en su alteridad negativa.
Este discurso se acrecienta a partir del “Plebiscito”, el abrumador triunfo electoral que en proporción de dos a uno en abril de 1928 posibilita a Hipólito Yrigoyen acceder por segunda vez a la Presidencia de la Nación. En los meses que median entre la elección y la asunción (en octubre), se potencia en la conversación general de amplios sectores la mística de “la Causa”. Vuelve el “verdadero” radicalismo con una misión regeneradora de la sociedad argentina. Su enemigo sigue siendo el de siempre: “el Régimen”. Tras esta denominación se hallan los antiguos sectores del privilegio, que se expresan políticamente no solo ya a través de las fuerzas conservadoras en constante retroceso por los recurrentes reveses electorales que vienen sufriendo desde la puesta en práctica de la Ley Sáenz Peña, sino fundamentalmente por medio de los grandes diarios.
Expuesto este cuadro de situación, nuestro trabajo se centra en investigar el rol jugado por la prensa en los conflictos sociales ocurridos en la ciudad de Rosario a mediados de 1928. A partir de este recorte témporo espacial, analizaremos la entidad intrínseca del conflicto en sí, y su mediación ante la opinión pública a partir de la información que sobre el mismo brindan los distintos órganos periodísticos. Las resignificaciones, mistificaciones, las tendencias y los silencios. Los usos y los fines de la información
“Mi nombre no ha de servir como bandera de luchas sociales”Esta declaración cierra un Informe elevado al Ministro de Gobierno de la Provincia de Santa Fe el 11 de diciembre de 1928.
El Informe en sí es un curioso y versátil documento. A lo largo de sus páginas su autor eleva su renuncia a un cargo, desarrolla una crónica de los hechos que culminan en esa renuncia, denuncia los manejos de quienes considera culpables de su renuncia y enuncia su posición política e ideológica a partir de esos hechos y más allá de los mismos.
El autor del Informe es Ricardo Caballero. El cargo al que renuncia es al de Jefe Político del departamento Rosario, función que viene cumpliendo desde el mes de abril de 1928.
Caballero no es un recién llegado a la escena política, social y profesional de la ciudad de Rosario. Nacido medio siglo antes en Ballesteros, provincia de Córdoba, tras cursar estudios secundarios en Paraná y universitarios en la Docta, se ha establecido en los albores del nuevo siglo en la ciudad de Rosario, donde ejercerá su profesión de médico y desarrollará su militancia política.
En el orden estrictamente profesional tendrá destacada actuación en el campo de la docencia superior. Profesor a partir de 1920 en la flamante Facultad de Medicina de la Universidad del Litoral, es el fundador de Biblioteca de Medicina Clásica de esa casa de estudios, donde en 1929 creará la Cátedra de Historia de la Medicina y de las Doctrinas Médicas, cuya titularidad detentará hasta su jubilación en 1955. Dejó entonces como ultimo nexo afectivo con la Facultad que ayudó a crear y consolidar, el legado a la misma de su amplia biblioteca profesional.
Más allá de estos oropeles universitarios, es en el campo político donde se destaca Caballero. Militante radical desde joven, apenas radicado en Rosario tiene destacada actuación en esa ciudad en el levantamiento cívico-militar de 1905. Su base de sustentación –su tropa propia- la recluta Caballero en los sectores populares urbanos fronterizos al lumpenaje y la marginalidad, no hallando contradicción entre su indudable prestigio profesional e intelectual y el modo clientelar de proselitismo que practica.
En 1912 es electo Vicegobernador al triunfar el binomio radical que integra acompañando a Manuel Menchaca en comicios que por primera vez en el país se realizan bajo la Ley Sáenz Peña. Caballero tendría que haber sido el candidato a Gobernador, pero su disputa interna con el otro referente del radicalismo santafecino, Rodolfo Lehmann, lo relegó por orden de Yrigoyen al segundo término de la fórmula. Finalizada su gestión, será Diputado Nacional entre 1916 y 1919, y desde ese año y hasta 1928, Senador Nacional.
En esos tiempos Ricardo Caballero milita críticamente en el sector personalista del radicalismo, sector que desde principios de 1928 ha retomado el control del gobierno provincial, al triunfar la fórmula encabezada por Pedro Gómez Cello, tras dos períodos de predominio antipersonalista expresado en los gobiernos provinciales de Enrique Mosca (1920-24) y en especial, Ricardo Aldao (1924-28). Mantiene (entonces) una estrecha relación con el Presidente electo, Hipólito Yrigoyen, relación que en lo personal superará avatares y distanciamientos políticos. Tras la defenestración del gobierno constitucional en setiembre de 1930, Caballero apoyará la candidatura del general Justo a la presidencia, y será uno de los fundadores de la Unión Cívica Radical de Santa Fe, de carácter decididamente antipersonalista. Por esa agrupación será Senador Nacional entre 1937 y 1943.
Alejado de la política activa en los años del primer peronismo, este le respetará sus cargos universitarios. Caballero será uno de los pocos profesores del “antiguo régimen” que sobrevivirá sin grandes traumas a la emergencia de la Nueva Argentina. Fiel a su ideario radical, no tendrá nunca un acercamiento -siquiera de forma oblicua o soslayada- a la figura de Perón, aunque tampoco expresará críticas demasiado vehementes a la actuación de este.
Defensor de un criollismo idealizado en los tiempos de su niñez rural cordobesa, donde los cambios vertiginosos ocurridos con motivo de la incorporación de la región a los presupuestos del Modelo Agro Exportador dejaban de lado con rapidez antiguas formas de sociabilidad patriarcal, Caballero fue un apasionado adherente de esas tradiciones. Consecuente con esa construcción del pasado, creó en Rosario en la década de 1930 el Centro Argentinista Juan Manuel de Rosas, el que llegó a contar con una treintena de filiales en todo el país. Su casa-quinta ubicada en los suburbios meridionales rosarinos en cercanías de la estación Hume del Ferrocarril Central Córdoba, constituyó por esos años un centro de reunión donde -ha medida que su dueño envejecía y se apartaba de las luchas partidarias- se fomentaba casi exclusivamente la difusión de ese telurismo en sus formas musical, danzante y narrativa. Allí falleció casi nonagenario en 1963. Hacía mucho tiempo que su protagonismo político había terminado.
Hipólito Yrigoyen junto a Ricardo Caballero
“A los hombres del radicalismo, en cualquier fracción que militen en estos momentos”Pero volvamos a un tiempo en que si tenía protagonismo político. A los días en que Hipólito Yrigoyen ha ganado por un margen de dos a uno, las elecciones –“el “Plebiscito”- que le permitirán acceder a un segundo mandato presidencial. Estamos en el mes de abril de 1928, cuando cumplido su mandato como Senador Nacional por Santa Fe, Ricardo Caballero se hace cargo de la Jefatura Política del Rosario, en un clima -tal cual lo señala en su Informe- “agravado por circunstancias de ambiente”.
Comandar la Jefatura Política del Rosario de Santa Fe en los años veinte, implica no solo tener el mando de las fuerzas policiales de la ciudad, sino al mismo tiempo ejercer una influencia política solo nominalmente superada por el Gobernador. Frustrada la autonomía municipal que implementaba la malograda Constitución de 1921, la designación del Intendente Municipal siguió siendo potestad del Ejecutivo provincial, lo cual restaba al ejercicio del cargo entidad representativa. Representatividad que sí se expresaba en los integrantes del cuerpo legislativo. De allí la importancia que en el juego político local se daba al Concejo Deliberante. Mucho mayor por cierto que la del ocasional titular de la Intendencia, que si bien un mínimo decoro en el juego político imponía fuese un rosarino, era colocado en el cargo –y también defenestrado- por el Gobernador de la provincia.
La siguiente lista da cuenta de que en apenas poco más una década la máxima autoridad del Palacio de los Leones fue cambiada en dieciocho oportunidades:
1. Tobías Arribillaga 22/10/1918 al 01/10/1920
2. Natalio Ricardone 01/10/1920 al 05/11/1920
3. Fernando Schleisinger 05/11/1920 al 16/11/1920
4. Natalio Ricardone 16/11/1920 al 06/12/1920
5. Rafael Fernández Díaz 06/12/1920 al 31/12/1920
6. Fernando Schleisinger 31/12/1920 al 10/02/1921
7. Carlos Newell 10/02/1921 al 02/05/1921
8. Fernando Schleisinger 03/05/1921 al 08/07/1921
9. Cecilio Juanto 08/07/1921 al 07/10/1922
10. Alfredo Rouillón 07/10/1922 al 06/10/1923
11. Emilio Cardarelli 08/10/1923 al 31/03/1925
12. Manuel Pignetto 02/04/1925 al 01/04/1927
13. Antonio Reynares Solari 03/04/1927 al 03/09/1927
14. Isaías R. Coronado 04/09/1927 al 13/03/1928
15. Leónidas Loza 16/03/1928 al 15/05/1928
16. Ángel Enghel 15/05/1928 al 07/08/1928
17. Tobías Arribillaga 07/08/1928 al 24/02/1930
18. Víctor J. Vilela 24/02/1930 al 07/09/1930
La situación política provincial aparentaba mayor normalidad que la imperante en el escenario rosarino. Pero si bien constituye un dato no menor para el análisis el hecho de que la provincia de Santa Fe fue el único Estado argentino que no sufrió la intervención federal a los distintos Ejecutivos que se sucedieron en el gobierno desde 1912 (Menchaca, Lehmann, Cepeda, Mosca, Aldao y Gómez Cello), esa excepcional continuidad institucional no oculta el alto grado de violencia con que las distintas facciones del radicalismo dirimieron sus diferencias.
Pedro Gómez Cello, gobernador radical personalista de la provincia de Santa Fe entre 1928 y 1930La utilización de la policía como herramienta de coacción era parte “natural” de las prácticas políticas facciosas. Esa utilización se agudiza y exacerba con violencia inusitada en los tiempos electorales. En cada departamento, en especial los del interior provincial, el Jefe Político mediante la utilización intimidatoria de la fuerza policial a su cargo, se constituye gracias a este ejercicio institucional de la violencia sobre los opositores, en factor determinante del resultado del comicio. Tanto personalistas como antipersonalistas hacen en esos años uso de métodos coercitivos en mayor o menor grado, de acuerdo a las posibilidades y los límites que establecen las prácticas cívico-culturales de la cambiante geografía santafecina. El empleo de la fuerza pública para dirimir primacías electorales es considerado por estos actores (más allá de la fracción del radicalismo en que se encuadren) como parte de la lógica del juego político. A modo de ejemplo señalemos que el diario La Provincia en su edición del 14 de enero de 1925, reproduce el cínico candor del Jefe de Policía del norteño departamento de General Obligado, que sin el menor escrúpulo legalista declara que en Reconquista “hay que ganar, cueste lo que cueste, si por las buenas mejor y sino también”.
Sea por convicción o por conveniencia, la prensa en general, más allá de su variopinto calidoscopio posicional, denuncia recurrentemente esa utilización de la fuerza pública.
Sin embargo a mediados de 1928 esa misma prensa denunciará la NO utilización de la fuerza pública. Es que el conflicto, particularmente en la ciudad de Rosario, se ha dado no entre las distintas facciones del hegemónico partido gobernante por pedestres cuestiones de primacías electorales, sino que ha girado en torno a reivindicaciones del proletariado rosarino, que largamente contenidas hacen eclosión en ese invierno.
Caballero en su carácter de máxima autoridad de las fuerzas policiales destacadas en Rosario, es imputado de inacción por la prensa. Sin embargo no se inmuta por tales acusaciones pues hace una lectura de las mismas considerando que tales denuncias encubren más que un santo temor a la anarquía y a la amenaza de una “inminente revolución social” (amenaza que ninguno de los actores involucrados –incluida la prensa- cree seriamente que pueda ni remotamente concretarse), una operación de sobre dimensionamiento de un conflicto existente para golpear duramente al radicalismo en general y a la figura del Presidente electo en particular
De esa convicción dimana la apelación que hace en su Informe, para que otorguen veracidad a lo que el en el mismo afirma, “no seguramente a la conciencia de los comerciantes”, pero si a “las masas de trabajadores de la ciudad”, y fundamentalmente a quienes estima que son –más allá de su propia persona- los destinatarios últimos de ese ataque por elevación de los órganos de prensa, esos “hombres del radicalismo, en cualquier fracción que militen en estos momentos”.
“El radicalismo no quiere la división de la sociedad en clases”Así entiende Ricardo Caballero la posición del radicalismo respecto a la cuestión de las clases sociales. Que es su propia posición. Caballero es un solidarista. “La solidaridad de todas las clases sobre la base del respeto a las ganancias lícitas del capital y al pago generoso del esfuerzo del trabajador” es para el un “concepto de alta política” que diferencia al radicalismo de los partidos “que han gobernado con criterio de privilegio a la República”.
Llega así este solidarista a la Jefatura Política del Rosario en un momento en que la zona portuaria ve el reavivamiento de un conflicto gremial que soterradamente se mantiene en latencia desde hace tiempo, con periódicos picos de violenta explosión.
El reclutamiento, selección y distribución de la mano de obra esta mediado en los puertos litorales por la ingerencia de la Asociación (o Sociedad) del Trabajo Libre. “Asociación de rompe-huelgas” califica con acierto Caballero a este organismo de la Liga Patriótica Argentina. No es esta adjetivación una mera posición de circunstancias sino una reafirmación de su pública postura adversa a la existencia de ese grupo de choque de la derecha nacionalista. En efecto, el 25 de mayo de 1919 el Senador Nacional Ricardo Caballero es uno de los pocos políticos locales que no integra la Comisión Fundadora de la Filial Rosario de la Liga Patriótica Argentina. Sí lo hicieron figuras tan prominentes como el demócrata progresista Lisandro de La Torre, los antipersonalistas Juan Cepeda y Jorge Rodríguez, y el personalista José Abalos. Nadie de la sociedad rosarina estaba ausente. Solo Caballero.
Es entonces en el caldeado y conflictivo ambiente social de 1928 que en un segmento laboral conformado mayoritariamente por un elemento humano de mayoritaria raigambre criolla , se inicia un conflicto – el de los estibadores portuarios- que rápidamente obtiene la solidaridad de distintos sectores obreros de la ciudad.
Es en este primer paro general del mes de mayo, donde Caballero reconoce que “se produjeron algunos tumultos en la ciudad, provocados por elementos inconscientes o maleantes que la policía reprimió dentro de la mayor cordura”. En la categoría de maleantes ubica a los elementos de la Sociedad del Trabajo Libre, y en ese convencimiento increpa (si damos veracidad a su Informe) a un gerente de una de las grandes casas cerealistas por “mantener bandidos como hombres de confianza en la distribución del trabajo”. Así las cosas, el movimiento es dominado “por la persuasión, sin que de nuevo las calles del Rosario se hubieran visto manchadas por sangre proletaria”.
Triunfantes los estibadores en sus aspiraciones, otros gremios, alentados (según Caballero) por el buen resultado obtenido por aquellos y por la confianza -dada por el antecedente previo- que no serían reprimidos por las fuerzas de seguridad, “se lanzaron a la conquista de mejoras económicas, dentro de las garantías que la Constitución acuerda y que los gobiernos radicales han sustentado siempre”.
Esta conquista se desarrolla de acuerdo a una cronología que el Jefe Político detalla en su Informe, mencionando en algunos casos el protagonismo que le cupo en la resolución de determinados conflictos. El orden protocolar hace que más de una vez en el Informe anteponga su protagonismo al de la responsabilidad en las decisiones políticas de su “nominal superior” el Gobernador de la provincia. Así establece esta curiosa fórmula discursiva: “El Gobierno de Santa Fe y el Jefe de Policía que suscribe este documento…”
Los obreros bolseros se declaran en huelga a finales de mayo por reivindicaciones salariales y readmisión de dirigentes despedidos.
A principios de junio están en conflicto los obreros de la Refinería Argentina y los trabajadores de los aserraderos. Lugar común reivindicativo y justificador de la decisión de los trabajadores de emprender medidas de fuerza, es la demanda no solo de mayores salarios sino de mejores condiciones laborales.
El 5 de junio entra en conflicto un gremio de servicios que por su incidencia en la vida cotidiana, afecta a la ciudad en su conjunto. Se trata de los obreros tranviarios que piden mejoras salariales y el reconocimiento del sindicato por la Compañía General de Tranvías Eléctricos del Rosario, empresa de capitales belgas ligada al poderoso “holding” eléctrico Sofina. Los rosarinos dependían esencialmente del servicio tranviario para movilizarse. Paralizar los tranvías, era en cierta forma, paralizar la ciudad. Recién estaban surgiendo de manera casi artesanal, las primeras empresas de ómnibus y colectivos. El automóvil particular era un lujo reservado exclusivamente a las clases burguesas.
En julio se declaran en huelga numerosos gremios: conductores de carros, obreros y empleados de la Unión Telefónica, de las Aguas Corrientes, de la Sociedad de Electricidad del Rosario, obreros panaderos, metalúrgicos, etc. También vuelven al paro, esta vez en solidaridad con los estibadores de Villa Constitución, los portuarios.
Todos estos conflictos (y los que se producirán en los meses siguientes) se caracterizan por su larga duración. Caballero se adjudica el papel de paciente mediador en ellos, en donde sus gestiones culminan por lo general de manera exitosa, consiguiendo que parcial o totalmente se cumplan las demandas de los obreros, disuadiendo antes que reprimiendo a los elementos más exaltados.
El constituirse en árbitro de estos conflictos sociales no le ha traído el reconocimiento de las fuerzas vivas de la ciudad, sino el repudio generalizado de estos sectores dominantes, que han pedido con estentórea voz su desplazamiento de la Jefatura Política del Rosario. A estos ataques Caballero contesta con implacable lucidez:
“El conglomerado del comercio y la industria, secundado ahora en Santa Fe por otros conglomerados políticos, lo forman hombres del más vario origen: llegados ayer no más a la fortuna algunos, improvisados conductores otros de instituciones que se han opuesto siempre a la renovación de la vida pública del país, en alianzas invariables con las más inmorales y desquiciadoras prepotencias, sin más miraje que el de la productividad de sus intrincadas operaciones con los cereales, que son productos del generoso esfuerzo del los trabajadores auténticos de la República, para ellos esa nación idealista y noble no tiene historia, ni otro porvenir, ni más finalidad que la de llegar a ser una brillante y despreciable factoría”.
Así, lapidario y frontal es el análisis que realiza en el Informe sobre quienes han forzado su renuncia. La Federación del Comercio y la Industria, la Sociedad Rural y especialmente la Bolsa de Comercio, son las instituciones de la burguesía rosarina que recurrentemente se han dirigido a la Presidencia de la Nación (primero a Alvear y luego a Yrigoyen) pidiendo su defenestración. Los reclamos de estas entidades a José Tamborini, Ministro del Interior del Presidente saliente, fueron constantes en esos meses.
“! Cómo quiere que me haga mitrista, sería como hacerme brasilero!”Pero estas entidades debieron dar a ese pedido un marco contextual adecuado para tornarlo viable. Caballero advierte en su Informe quién ha construido ese clima legitimador de los argumentos que esgrimen sus críticos. Afirma clara y taxativamente:
“la prensa en general se ha caracterizado, en el comentario de los hechos y en la exposición de los mismos, por una tendencia francamente favorable a los intereses de las clases ricas. No hay falsedad que no haya propalado, ni hecho que no haya deformado para servir sus intereses obscuros e inconfesables”.
Sin duda el papel de la prensa en los conflictos de 1928 (y en todos los conflictos) debe pensarse dentro del marco multireferencial y complejo de tensiones y acciones que los distintos actores individuales y colectivos llevan a cabo; multiplicidad de estrategias aplicadas a multiplicidad de problemas que en muchos casos nos aparecen luego como un “dibujo general” que pronto tendemos a cristalizar en “grandes estrategias” que, nos convencemos, guían a los participantes según un plan oculto. Esta sospecha es también efecto del juego que los mismos actores nos legan en sus documentos; estrategia de descalificación o acusación que se convierte, a través de los investigadores, en lo concreto existente detrás del velo de la apariencia. Las expresiones de la prensa pueden tomarse como parte de estrategias que se apoyan y son apoyos de otras en distintos lugares del complejo social destinados a volver visibles los conflictos llenándolos de un sentido particular e interesado.
Caballero carga las tintas sobre un órgano periodístico en particular.
“Se ha distinguido en esta obra demoledora, brutalmente reaccionaria, un diario, viejo conocido del país por su invariable adhesión a todos los privilegios: me refiero a La Nación. He vuelto a encontrar en su columnas el veneno que durante 60 años ha derramado gota a gota sobre la vida argentina”.
Un veneno de seis décadas que para radicales de la vieja escuela como lo es Ricardo Caballero, se resume en ese exabrupto de la década del noventa del jefe del radicalismo bonaerense que se opone a la alianza que su tío alcanza con el más rancio representante de la vieja política: “¡Como quiere que me haga mitrista!, sería como hacerme brasilero”, toda una síntesis esta de las luchas entabladas a lo largo del siglo XIX, atribuida a Hipólito Yrigoyen y con la cual el caudillo radical habría graficado su negativa a aliarse con Bartolomé Mitre en 1891. Esta frase (tal vez apócrifa) encierra un posicionamiento histórico al que fervorosamente adhería Caballero: el entender al radicalismo como una continuidad de la vieja tradición federal. En esa construcción “el Régimen” encarnaba la simbología opuesta: el unitarismo, la alianza con el Imperio, etc. Una continuidad forzosa y maniquea que empalma con la caída de Rosas, la Guerra del Paraguay, el acordeón del noventa y uno, el cierre de la Caja de Conversión… o el episodio que le venga a cuento a Caballero.
En esa línea argumentativa, si bien don Bartolo hace mucho bajó al sepulcro, está más vivo que nunca reencarnado en su verdadero heredero: el diario por el fundado. Una empresa periodística que es el paradigma de la “prensa seria”. Que se considera a sí misma, y es considerada por sus pares hasta cierto punto, como referente hegemónico en la orientación de una opinión por encima de los conflictos intraélites. Hace a la consolidación de esta hegemonía la discordancia y debilidad de las pocas voces que ponen en duda esa poderosa y temible cualidad de los grandes diarios.
Es por ejemplo la voz de Caballero cuando finaliza su Informe afirmando con un optimismo irreal: “hemos triunfado sobre su prédica claudicante”. Sin embargo, el es el renunciante, el vencido, y no la prédica que contra su persona llevó adelante La Nación. Lamenta Caballero “que ese diario tenga derecho a colocarse del lado de los poderes emergidos del radicalismo”. Tácitamente está reconociendo en esta frase el rol que el órgano periodístico propiedad de la familia Mitre se asigna como vocero del grupo dominante, pero a la vez como guardián de la razón que guía el desenvolvimiento de las Instituciones y la Republica, del orden y el progreso.
El peso específico que La Nación tiene como “prensa seria”, le permite instaurar a nivel nacional “el problema de Rosario”, utilizando austeros pero eficaces recursos periodísticos. Así da entidad al conflicto al informar sobre el mismo desde la primera plana o desde la sección Política. En vez de hacerlo desde las páginas interiores de la sección “Provincias –Territorios” donde diariamente y desde hace años aparecen noticias de distinto tenor sobre la ciudad de Rosario. Policiales, gremiales, deportes, espectáculos, política, etc., nutrían informativamente las columnas de esa sección, evidenciando no solo la importancia comparativa de la entonces segunda ciudad de la República por sobre otras regiones del país, sino también un eficaz trabajo de la corresponsalía.
Un recurso habitual en esos días es intercalar en el titulado y subtitulado, información y opinión, sin especificar ni diferenciar entre una y otra. Así por ejemplo el 22 de mayo La Nación titula que “nuevos hechos de violencia han acentuado la inquietud que vive la ciudad de Rosario”, que “hay numerosos heridos”, también hay un título sobre “desmanes cometidos por los huelguistas” y otro título informa ¿opina? que “la policía ha sido simple espectadora”. Toda información referida a los distintos pedidos de remoción del Jefe Político, es destacada con un formato superior a otras noticias. Del mismo modo se trata su supuesta inacción.
No solo la forma y presentación del conflicto, sino su permanencia en la opinión pública hace a esta operación periodística. No hay edición desde mayo hasta agosto de 1928, en que La Nación deje de publicar alguna noticia en referencia a la situación rosarina, con mayor o menor entidad o volumen informativo. Inclusive en los días en que los problemas centrales parecen haber encontrado solución, se jerarquizan cuestiones menores. La visibilidad permanente y constante, crea en el lector de La Nación -que por obvias razones en su inmensa mayoría no reside en Rosario- la convicción de que esta ciudad vive en un permanente estado de anarquía.
La posición del diario La Capital frente al conflictoAsí como La Nación lo es en la Nación, La Capital es en la ciudad que alguna vez aspiró a ser capital, el representante principal de la prensa “seria”. Su solidez se sustenta en su amplia circulación, su monopolio de los clasificados, los avisos y en la fama consolidada como órgano de “opinión pública” racional y neutral. Esta privilegiada posición es aceptada por el resto de los periódicos locales que no intentan desplazarla mediante la competencia, sino que antes bien buscan un modus vivendi lucrativo para todos, lo cual no excluye, claro, roces significativos.
En los momentos iniciales del conflicto La Capital mantiene una pretendida neutralidad, declamando en las escasas editoriales que en el mes de mayo le dedica a tan importante tema una postura de superioridad moral para con las partes en pugna. Aboga en esos días por un funcionamiento ideal de las instituciones que permitan establecer las necesarias mediaciones entre obreros y patrones, criticando la “inflexibilidad” de unos y otros para acelerar los acuerdos que llevarían a la finalización del conflicto.
Con equidistancia salomónica critica tanto la violencia de los obreros huelguistas como, al menos en un principio, la dureza con que los patrones mantienen su intransigencia. Sin embargo, y de modo silente y sibilino, La Capital tuerce sutilmente el fiel de su propia balanza.
Desde mayo y hasta mediados de julio, en las páginas que diariamente remiten a las noticias periodísticas de los acontecimientos encontramos una notable visibilidad de las acciones de los huelguistas. Entre el 15 y el 25 de mayo buena parte de las columnas de la sección local informan acerca de incidentes y hechos de sangre en los cuales, invariablemente, las víctimas propiciatorias están constituidas casi exclusivamente por “obreros libres”, los cuales sufren la punición de los trabajadores en huelga. Las acciones violentas protagonizadas por estos se describen hasta el mínimo detalle (armas utilizadas, lugar, tiempo, estrategia de ataque, de fuga, acción policial) Hay una tenue toma de posición a favor de los “obreros libres”, minimizando sus acciones y acentuando su papel de víctimas (características de las heridas recibidas, etc.) Es evidente que estas noticias mantienen una continuidad ex profeso regulada, mas allá de la gravedad de los incidentes; así las acciones que ocasionan muertes o heridos de gravedad apenas se destacan por sobre las que terminan en contusiones leves o acciones incluso risibles como la “guerra de naranjas” ocurrida cuando el conductor de un carro de la empresa Naranjera Rosarina repelió un ataque de huelguistas a naranjazos. Tampoco la acción de la policía es demasiado destacada por los artículos. Esto puede ser una estrategia editorial de espacio dentro de la estructura del diario, sin embargo lo que nos interesa es la intención de dar “visibilidad” e individualizar a los “descarriados”, “exaltados”, “criminales”, que muestra La Capital en su tratamiento del conflicto.
Podemos incluir esta estrategia de La Capital en la compleja trama de las técnicas de disciplinamiento que se aplican respecto a las desviaciones sociales, e incluyen no solo la represión, sino también la acción integradora del Estado y sus instituciones, su papel mediador, formador de un actor ideal: un obrero dócil, “reformista” y atado a convenciones que excluyen la acción violenta. Si se quiere, el conflicto demuestra que, más que la represión, lo que funciona es la amenaza de ella. La lección de los gravísimos y cruentos conflictos de la década anterior no ha caído en saco roto. El poder demuestra su capacidad de tomar las vidas de los indisciplinados en acciones altamente visibles pero no generalizadas, a la vez que, teniendo la fuerza física como opción cierta, levanta las banderas de la negociación pacífica. En las selectivas acciones represivas participarán no solo la policía y los “obreros libres” sino también lo hará la Marina de Guerra, que asumió en gran medida en el otoño-invierno de 1928 la representación represiva del Estado Nacional.
Por orden directa del Presidente Alvear, se desembarca en Rosario marinería de los buques de la Escuadra Fluvial. La Capital en su edición del día 15 de mayo celebra la llegada de parte de esa fuerza. Lo hace de un modo maniqueo para no dejar dudas a sus lectores acerca de la necesidad de que la marinería supla las deficiencias de un aparato policial inactivo a causa de la ineficiencia cómplice de su jefe. A continuación de un artículo que informa sobre algunos desmanes obreros, enuncia con título destacado la llegada del cañonero Independencia con 200 hombres de tropa que “secundarán la acción de la Subprefectura Marítima para garantizar la libertad de trabajo mientras subsista el estado actual de cosas motivado por el paro de obreros estibadores, del cual parecen no haberse enterado ciertas autoridades”.
Debe destacarse que las fuerzas desembarcadas, disciplinadas y respondiendo a directivas del gobierno central, se comportaron en su rol de brazo ejecutor de la violencia (la cual es legalmente atribución monopólica del Estado nacional moderno) con prudencia y firmeza, no cayendo en salvajismos similares a los cometidos pocos años antes en la Semana Trágica porteña o en los sucesos de Santa Cruz.
Al respecto acotamos aunque excede al recorte temporal que impusimos a esta investigación, que cuando a finales de 1928 un nuevo conflicto afectó no solo a los puertos de embarque sino a la producción agraria en sí debido al paro de actividades de los sindicatos de trabajadores rurales, el Presidente Yrigoyen ordenó que miles de efectivos del Ejército ocuparan militarmente los convulsionados departamentos agrícolas del centro y el sur provincial. Pese a la espectacularidad y lo desmedido de la operación (los soldados estaban pertrechados más para enfrentar a equivalentes fuerzas regulares antes que para reprimir algaradas civiles), esta tuvo un desarrollo incruento. El temor a una represión efectiva disuadió a los obreros en huelga, y a su vez funcionarios nacionales amparados en la fuerza de las armas impusieron a los trabajadores rurales y a las reacias corporaciones patronales (entre ellas la Federación Agraria), la firma de convenios que si bien no fueron del beneplácito de ambas partes, aquietaron el enrarecido clima de agitación social que se vivía.
Retomemos el desarrollo narrativo de nuestra investigación Es significativa la actitud que asume el Presidente de la Bolsa de Comercio de Rosario, Manuel Ordóñez, con sus intervenciones epistolares en relación al conflicto. En la misma edición del día 23 de mayo La Capital publica tres cartas enviadas por Ordóñez al Ministro del Interior José Tamborini, al Gobernador Pedro Gómez Cello y al Jefe Político Ricardo Caballero, en las cuales y en forma similar, se detallan las razones por las cuales las fuerzas militares y policiales deberían intervenir enérgicamente “…para que el orden público se restablezca.”
En la misma edición el diario informa acerca de la decisión del jefe del Regimiento 11 de Infantería, unidad militar acantonada en la ciudad, de enviar suboficiales y soldados conscriptos a custodiar la zona bancaria a pedido de las gerencias de las sucursales locales de los bancos de la Nación, Hipotecario, Trasatlántico Alemán y Hogar Argentino entre otros, para “repeler las agresiones que las amenazaban” .En esa página un suelto destacado nos trae nuevamente a Manuel Ordóñez presidiendo una reunión en el edificio de la Bolsa de Comercio entre huelguistas y patrones, donde los primeros aceptan con reticencia las propuestas que les hacen los exportadores para levantar la huelga La mano de hierro en guante de seda funciona a la perfección en las acciones de este representante privilegiado de la burguesía rosarina.
En este ejemplo vemos funcionar tres medios de disciplinamiento: amenaza, coacción directa y transacción mediada, las tres indisolublemente ligadas. Que la representación informativa de los mismos aparezca en la misma página permite visualizar cierta posición de la prensa (en este caso La Capital), dentro de las estrategias emergentes en el tratamiento y, finalmente en la solución del conflicto. Más allá de las actitudes de las corporaciones o de las instituciones estatales , La Capital construye una caracterización del conflicto, encuadrando al mismo de acuerdo a su propio discurso. Le da un marco, lo rodea de saberes pretendidamente neutrales y permite finalmente, la eclosión de un “sentido común” sobre los acontecimientos. El obrero huelguista se transforma así en desviado de la ciudadanía o directamente en criminal pues lo que liga su “visibilidad” párrafo tras párrafo es su asociación en el lenguaje y el saber, constructor de realidades, entre huelguistas-desorden-violencia-heridos-muerte pero no en un carácter de generalidad como se visualiza en las notas editoriales iniciales. Ahora se describe al huelguista de carne y hueso, se analiza su contextura, sus actitudes, las formas de atacar o de huir, etc. Una vez cercado por la escritura de sus características y por la descripción de sus acciones ya ni siquiera es necesaria la explícita petición de represión pues el saber y la razón decantan en el espíritu el rechazo de tales comportamientos. Siguiendo a Foucault: “los circuitos de comunicación son los soportes de una acumulación y de una centralización del saber; el juego de los signos define los anclajes del poder”, y como diario de mayor circulación en una ciudad que cuenta ya con un consumo de masas, La Capital es un vehículo privilegiado para esta circulación y aceptación de los “signos” que configuran lo razonable y su inscripción en el “sentido común”.
La reavivación del conflicto en julio, provoca un endurecimiento notable de La Capital para con las actitudes obreras y con las instituciones estatales –el gobierno provincial y específicamente la Jefatura Política- que en opinión compartida con la Bolsa de Comercio y otras organizaciones patronales, deberían poner coto a los desmanes y violencias que provoca la huelga. A mediados de ese mes las editoriales sobre el tema de la huelga y la ineficiencia de los órganos oficiales, especialmente la policía de la ciudad de Rosario, muestran un cambio de estrategia con respecto al conflicto. Ahora se editorializa a diario, y el tono ha pasado a ser mucho más duro.
La Capital comienza entonces como en la huelga de mayo, una operación “visualización” del conflicto a partir de las personas de los protagonistas. Hay una individualización pormenorizada con nombre, domicilio, función, número de chapa, etc. de los tranviarios, tomados esto en su rol de victimarios o de víctimas (cuando estas son obreros agredidos por no plegarse a la huelga). Esto se repite día tras día de forma aún más minuciosa que en el mes de mayo, tal vez debido a una mejor información sobre los obreros tranviarios que la que tenían en referencia a la filiación personal, vecinal y laboral de los estibadores del puerto. El personal tranviario, especialmente el de conducción (motormans y guardas) tenía un origen mayoritariamente inmigratorio. Estaba más integrado a la vida social de la ciudad visible que el estibador portuario que habitaba en gran medida en la zona costera sudeste, en rancheríos ubicados en cercanías de su otra gran fuente de trabajo: los mataderos y frigoríficos.
Ordenación del tiempo de los hechos, cuadriculación del espacio donde se sitúan los violentos y trasgresión a la norma, forman el “saber” que La Capital ofrece a sus lectores para que esa vigilancia sutil sea extendida. Mecanismo privilegiado entre muchos otros, la prensa diaria y masiva no solo pide represión y critica la inacción de las instituciones del Estado. También “cerca” a los individuos indisciplinados de forma que puedan ser situados y segregados del cuerpo sano de la sociedad. Nombre, dirección y número de placa, a veces edad y descripción física, constituye una eficaz estrategia para prender en los cuerpos de un grupo de individuos los signos de la desviación y la culpabilidad. También para que las decenas de miles de lectores “normales” sepan a donde dirigir sus miradas conspicuas, sus sospechas, sus miedos, en suma, su vigilancia para con estos malhechores reales o potenciales.
No son simplemente las agresiones físicas directas las que se destacan, también otras cuestiones aparentemente secundarias son remarcadas para definir nítidamente la mala conducta de los huelguistas: “los gritos hostiles a la empresa se producen a cada instante desde los negocios de bebida instalados frente a la usina,” o la concurrencia de “elementos subversivos e ineficientes.” Puesta en escena esta que permite nuevamente visualizar en contundente sucesión una serie de imágenes de conducta que el “sentido común” tiene por reprobables (la embriaguez), apoyándose a su vez en otras “forzosamente” concomitantes (la ineficiencia o la subversión).
Los conflictos políticos y sociales emergen, a nivel discursivo, con grandes palabras y frases rimbombantes. Así se trata de descalificar a un adversario político apoyándose en la huelga, paradoja que no es tal si tomamos en cuenta que nunca hay un lugar de la “gran estrategia” y muchas veces una huelga puede ayudar a un sector a deshacerse de un rival político a la vez que puede perjudicar económicamente a ese mismo sector. En este sentido las estrategias siempre están situadas y pueden expandirse en varios sentidos. Lo curioso de las estrategias es que son cambiantes a un nivel mas profundo. Si mencionamos la estrategia de “visibilidad” que La Capital mantiene para con el conflicto centrada en la reprobable conducta privada de los huelguistas (borrachos, ineficientes, etc.), es porque esta prácticamente desaparece en la segunda semana de julio. Es entonces que esta tipología negativa del obrero en paro es desplazada de la línea editorial, ocupando a partir de ese momento el lugar central de la prédica del diario el ataque sistemático a las autoridades provinciales a las que acusa por su accionar (o más propiamente su inacción), especialmente al Jefe de Policía. La nota editorial del día 12 de julio enuncia ese cambio con una contundencia narrativa que no deja margen de dudas: ““En estos últimos días se han cometido hechos vituperables que, si bien no revelan violencia extremada, constituye un índice evidente de la tendencia al desmán y a la violencia… La tensión de ánimo ha llegado a tal extremo, que ya empiezan a observarse las señales de las primeras reacciones, preludio acaso de un movimiento de protesta de dimensiones considerables contra una institución que, reprimida por el capricho arrogante de un régulo sin criterio, ha hecho tabla rasa del cumplimiento de sus obligaciones”.
A partir de este momento La Capital toma explícitamente posición como portavoz de la burguesía rosarina. Las editoriales de los días siguientes van acrecentando su hostilidad y crítica a la actuación de Caballero (ese “régulo sin criterio”). Concomitantemente La Capital publica de manera pormenorizada, minuciosa y destacada de los comunicados que al diario envían los representantes de las asociaciones patronales y las principales empresas afectadas por el movimiento huelguístico (Bolsa de Comercio, Federación del Comercio y la Industria, Unión Telefónica, Compañía General de Tranvías Eléctricos del Rosario, diversos grupos de exportadores, etc.), ya sea pidiendo la acción de la policía y de los gobiernos provincial y nacional, ya sea fijando posición frente a situaciones específicas.
Destaquemos que también se publican las consiguientes respuestas del Jefe de Policía y del Gobernador, con lo se mantiene cierto perfil neutral, como corresponde al representante local de la “prensa seria”. Esa neutralidad no alcanza para que se publiquen las resoluciones que adoptan las asambleas obreras a menos que estas impliquen poner punto final a los distintos movimientos huelguísticos. Los gremios que continúan en paro no tienen posibilidad de dar a conocer sus inquietudes e intereses en el diario. Esta censura permite a La Capital construir ante sus lectores la “tendencia anárquica” que se observa en los huelguistas. A partir de esa irreductibilidad del carácter cerril de los trabajadores se torna pertinente que sea la lógica de la respuesta represiva la que tome un lugar central en la resolución del conflicto social. Es entonces que la negativa de la policía a llevarla a cabo torna criminal el rol de su responsable. Y así lo denuncia a la opinión pública y a las fuerzas vivas de la ciudad. En ese sentido La Capital tiene en claro, cual es el pueblo al que pertenecen sus columnas.
La posición de la prensa comercial: ambiguo mensaje, claro meta mensaje.La prensa comercial (o popular) esta ligada de modo fundamental a un proyecto que se define netamente por el objetivo del rédito económico. Claro está que esta no es una meta exclusiva de esta prensa. Los órganos formadores de opinión que hemos analizado fueron también una formidable caja recaudadora por vía del excluyente aporte de los avisos clasificados. Asegurados por los procesos de alfabetización y el crecimiento de un mercado potencial ampliado de lectores, esta prensa comercial apela a un lenguaje popular y a temas que atraigan directamente al segmento de lectores que la prensa “seria” no puede captar en principio. Opone otro lenguaje a los extensos artículos de política nacional e internacional, las editoriales “didácticas” de los grandes diarios y su vocabulario medido y pretendidamente neutro. Por “didáctica” nos referimos a la posición de representar la razón y la verdad que asumen estos diarios, a la vez de su intención de aconsejar a los gobernantes líneas de acción de acuerdo a ellas. Esta prensa comercial no esta dirigida a la élite sino a las masas anónimas de lectores y se maneja con un grado notable de autonomía con respecto a los cambios sociopolíticos que se suceden en la época. Deportes, chismes, noticias policiales locales, denuncias grandilocuentes ligadas a chantajes comerciales más que a intereses políticos, y además una repetición a escala menor de las noticias importantes le permiten a estos diarios (La Reacción, Reflejos, América etc.) convivir en Rosario con La Capital sin demasiadas fricciones, cada uno apuntando a un segmento social no excluyente pero con preferencias.
Es indudable que esta prensa comercial y popular es potenciada por la creciente complejidad del tejido social producto del crecimiento demográfico y económico que se sucede en las décadas previas, a la vez que el cambio tecnológico le permite aumentar la cantidad de ejemplares puestos en circulación y disminuir su costo. Este mismo proceso es el que provoca en cierta medida, la crisis irresoluble de la prensa faccional que aun sobrevive ligada estrechamente a intereses políticos explícitamente partidistas y cuya pervivencia se debe a coyunturas en las cuales estos sectores necesitan un órgano propagandístico (principalmente durante las campañas electorales). La consolidación de una “especificidad” tanto en el lenguaje como en las formas de tratar la información y los conflictos definen la crisis del periodismo “de facción” que tuvo su auge en la segunda mitad del siglo XIX, lo cual no quiere decir que en momentos de extrema tensión, como ocurrió en 1928, distintos periódicos “modernos” no hayan apelado a fuertes jugadas políticas. La diferencia estriba en que el lenguaje que usaban para definirse era el de la generalidad y la razón y no el de la lucha faccional. Ya es una prensa que habita un campo de reglas en gran medida definidas y aceptadas que se aleja definitivamente del periodismo de la “opinión publicada”.
Ubicua y a la vez disímil es la forma en que se acerca al tratamiento del conflicto la prensa comercial. América, vocero oficioso de la democracia progresista ve en los sucesos rosarinos una formidable oportunidad para exacerbar su habitual prédica antiyrigoyenista. Encontramos en este periódico cierto desprecio al adversario basado en prejuicios de carácter racial. Así en una editorial define al personalismo como un “mulatismo político que no quiso nunca la verdad…le basta con disimularla”.
Centra sus ataques en la persona del Jefe Político, a quien califica como “señor feudal del electoralismo policial” y mantiene respecto a la cuestión social una aparente asepsia informativa. Así es habitual que en páginas interiores una sección titulada “Actividades Obreras” informe al mismo tiempo -dándoles igual entidad e importancia- sobre la declaración de huelga de los estibadores rosarinos y sobre la realización de un congreso socialdemócrata en …Estocolmo. En los momentos más álgidos del conflicto de los trabajadores tranviarios, el diario explicitará su antiobrerismo. Pero intentará justificar su posición aduciendo que la misma se basa en principios ideológicos y no en la defensa de intereses patronales por razones económicas. Aclaración necesaria toda vez que este diario ha sido acusado de recibir dinero del holding belga Sofina, dueño real de la Compañía General de Tranvías Eléctricos del Rosario, como contrapartida a un tratamiento informativo favorable a la muy cuestionada empresa tranviaria.
Por el contrario, Reflejos y La Reacción, declaman ser tribuna de los trabajadores. O de lo que entienden por trabajadores. Ambos diarios tienen un perfil populista, demagógico y sensiblero. Es habitual encontrar en ambos periódicos notas, editoriales o títulos de este tenor: “somos el vocero de los humildes”, “el diario de los pobres”, etc. Construyen un actor ideal, “el pueblo”, del que se asumen voceros de sus intereses e interpretes de sus gustos. Esta ficción ideal que permitió a ambas empresas periodísticas captar importantes segmentos de lectores (según se aprecia en sus relativamente importantes tiradas) hace aguas cuando la agudización del conflicto obliga a posicionarse.
Así estos voceros románticos y anacrónicos de un obrerismo finisecular y de un militante e igualmente anacrónico anticlericalismo , adoptan una posición de manera torcida, con perífrasis y atajos, pero en esencia con igual sentido al discurso de la prensa seria. No es solo reconocimiento de la hegemonía de esta. Es convencimiento, acabada la farsa sensiblera del obrero ideal.
Ante la aparición inquietante en las calles rosarinas del obrero real que desplaza al obrero idealizado, el “obrerista” La Reacción en sintonía con La Capital o la Bolsa de Comercio, tras titular “Dos buques de guerra en Rosario. Subversión o huelga”, emite opinión: “el pueblo de Rosario se alegra de la llegada de los barcos de la Armada, que son mayor garantía que la que ofrece el Jefe de Policía, Ricardo Caballero, que no da confianza en sus tropas, cuando se ha debido recurrir a fuerzas de la Nación”.
Reflejos mantiene en apariencia una posición pro obrerista. En especial en los conflictos menores, tales como el del personal de la Unión Telefónica. Sintomáticamente la simpatía que demuestra por las asociaciones gremiales de menor gravitación no se traslada al núcleo central: estibadores y tranviarios. Editorializa en contra de los “voraces capitalistas ingleses” de la U.T. pero guarda silencio sobre los capitalistas belgas de la empresa tranviaria. Y lugar común: menudean los ataques al Jefe de Policía, no solo por su inacción, sino por cuestiones que- verdaderas o falsas- pueden sensibilizar y predisponer a sus lectores contra Caballero. Así el 19 de julio da a conocer supuestas declaraciones del director de la Cárcel de Rosario, que acusado por el Vicegobernador de la Provincia de torturar a los detenidos, afirma: “-andando bien con Caballero…me río del Vice y de todos los ministros.”
La prensa como un factor de poder por derecho propioHemos observado el conflicto obrero acaecido en Rosario en el otoño/invierno de 1928 a partir de la visibilidad que la prensa le otorgó. En las disímiles estrategias con que los medios periodísticos construyen esa visibilidad se encuentra la riqueza interpretativa que queremos remarcar.
Las similitudes y diferencias entre las actitudes de las distintas empresas periodísticas parecen converger en el momento del conflicto, claramente en el ataque al Jefe de la Policía de Rosario, Ricardo Caballero, por su acción o inacción frente al movimiento huelguístico y por su estrategia contemporizadora para con los gremios en paro. Esta es la razón que encontramos para utilizar en parte, al propio Ricardo Caballero como articulador del trabajo sobre estrategias que lo tienen de blanco en muchos casos. Cuarenta y seis años después de su desaparición física ocurrida el 16 de julio de 1963 y a ocho décadas de la elaboración de su Informe, Caballero interactúa con los autores de esta investigación. Se comprenderá entonces las dificultades de una conclusión “normal”. Creemos sin embargo, que es posible encontrar a partir del tipo de investigación realizada, una aproximación para poder entender en clave interpretativa el tratamiento que la prensa nacional y local le dio a un grave conflicto entre el capital y el trabajo ocurrido en 1928, que se tradujo en meses de tensión y, en muchos casos, violentos estallidos verbales (escritos) por parte de amplios sectores de la burguesía rosarina que a través de estos medios periodísticos mostraba su costado menos amable.
Es esta prensa la que reivindica distintas estrategias de expresión y de “visibilidad” hacia el conflicto, configurando un tejido complejo que resulta en una emergencia particular que nos aparece de modo circular entre acusadores y acusado. Expresado de otra manera: todas las incriminaciones periodísticas por la tensión social conducen en última instancia a Ricardo Caballero y este a su vez las considera que tales acusaciones son la prueba palmaria de un complot en su contra (y por elevación contra la figura del Presidente electo) en el cual la prensa en general, y La Nación en particular, tendría un lugar destacado.
Son estrategias de ida y vuelta que se apoyan respectivamente en expresiones y acciones de los representantes corporativos de la burguesía y en las respuestas de las instituciones estatales.
A nivel específicamente local La Capital ocupa la centralidad de esta campaña que denuncia Caballero, siendo las demás expresiones periodísticas, satélites subordinados al diario hegemónico. Pero a su vez tanto aquella como estos, se apuntalan en opiniones propias, estrategias de ataque a distintos niveles y una utilización del lenguaje en forma diferente. Lo que hemos denominado prensa comercial o popular, tiende al lenguaje soez o casi vulgar. En muchos casos apela a la descalificación personal que combina con ataques al desempeño en el cargo de la persona que es su objetivo.
Por el contrario La Capital mantiene un lenguaje formal, solicita oír la voz de la razón (que no es otra voz que la que expresa editorialmente) a las partes corporativas y estatales, en nombre de una ética y un ciudadano que siempre esta oculto ya que nunca entra en acción. Y menos en esos problemáticos meses de 1928, donde obviamente no hay lugar para la construcción de ese teórico ciudadano el cual fortalecería los lazos democráticos de una institucionalidad asentada en una aséptica legalidad. La agudización del conflicto impone a La Capital un sinceramiento que deja atrás su retórica sobre el ciudadano ideal. Ya en esa etapa de los acontecimientos importan solamente las corporaciones y fundamentalmente el Estado, en su rol arbitral. Se espera que ante la agudización de la crisis, las autoridades ejerzan el monopolio de la violencia, priorizando la represión sobre la mediación, o que por lo menos la primera juegue un rol fundamental complementado y reforzando a la segunda. Así se explica que los ataques a Caballero aparezcan recién en julio, cuando se torna evidente que no quiere dar el paso de la persuasión a la punición, de acuerdo a los tiempos que para ambas etapas maneja La Capital.
Por su parte la prensa comercial hace suya también la postura represiva en la coyuntura de los sucesos del invierno de 1928, abandonado su retórico y declamado obrerismo, que había sido hasta el momento (y por más de una década) su común denominador discursivo. Sin embargo este desplazamiento de su papel estricto de generador de ganancias a una decidida intervención política en los hechos, es excepcional y efímero. Cuando disminuye el movimiento huelguístico esta prensa retorna a su práctica informativa habitual, a la preeminencia de las noticias policiales y deportivas. Esto no significa que en los conflictos que afectan sus dividendos, sean estos políticos o de otra índole, estos órganos no vuelvan a intervenir. Una forma habitual de intervención es la amenaza y el chantaje, utilizadas no solo por mero rédito económico.
Una de nuestras hipótesis consiste en considerar que la prensa en los años veinte se ha convertido en un factor de poder por derecho propio. La misma relación de Caballero con los distintos medios muestra la capacidad de estos para construir realidad moldeando el conflicto a la medida de los intereses de las estrategias inmediatas que (en apariencia) ponen en práctica. Esto no significa admitir que el supuesto complot haya existido. No hacemos los autores de este trabajo uso de ese maniqueísmo expositivo al que fue tan afecto en su falta de rigor metodológico el ya irremediablemente decadente (y decadentista) revisionismo histórico argentino, consistente en dividir a los protagonistas de nuestro pasado en ángeles y demonios. Debemos entonces evitar caer en el espejismo de considerar al Jefe de Policía de Rosario como la víctima del “poder en las sombras”. Aun aceptando que la prensa intentó expresamente presentarlo ante su ya masivo público lector como el causante principal de la situación de irregularidad de la ciudad.
Las tiradas masivas de los principales diarios señalan también de modo incontrastable que atrás han quedado las épocas en que los medios gráficos eran meras herramientas de determinadas facciones y partidos. Conllevan además una forzosa heterogeneidad del público lector. El propio Ricardo Caballero reconoce aun a su pesar este nuevo rol de la prensa. Así envía a La Capital numerosas cartas donde contesta pormenorizadamente las acusaciones contra su actuación, no solo las de la Bolsa de Comercio e instituciones similares, sino las del propio diario.
Todo esto nos permite afirmar la presencia de un campo periodístico bastante autónomo, autosuficiente en el plano económico, lo que lo independiza en este aspecto, de los aparatos de facciones y partidos. Y que actúa con las estrategias y tiempos de aplicación que ya hemos visto en función de su propia construcción de ciudadanía y del asumirse – en el caso específico de La Nación y La Capital, a nivel nacional y local, respectivamente- no solo como voceros de los intereses de la clase dominante sino como parte activa y fundante de ese poder burgués al actuar en los conflictos de manera autónoma, manejando discursivamente los tiempos y la estrategia a aplicar en la defensa de esos intereses de acuerdo a sus propios criterios.
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